El presidente Horacio Cartes sigue pateando su propia olla. La verborragia y prepotencia que le caracterizan están teniendo un alto costo para su gestión e imagen. Lo último fue exponer públicamente el deseo de que una pareja de periodistas sea encarcelada. Algo totalmente fuera de lugar, considerando su investidura, la coyuntura y los principios que están en juego en este tema; además de ser muy poco inteligente de su parte enfrentarse en este momento con referentes importantes de la prensa televisiva y radial.
Prepotencia y verborragia debilitan la gestión de cualquier gobernante, y ponen en riesgo la estabilidad de una nación, al tiempo de empobrecer a la clase política.
La primera impide escuchar y aceptar opiniones distintas y, por tanto, avanzar con menos errores. Cuando más se escucha, más amplio es el panorama que se puede abarcar. Al contrario, el prepotente fácilmente pisotea y falta el respeto; atropella hasta las leyes si ellas no corresponden a sus planes.
En tanto que la verborragia no solo expone lo que uno lleva por dentro sino que distrae de lo importante. Los exabruptos del mandatario, sobre todo en encuentros políticos, con el discurso improvisado y sin teleprompter, así como el abierto enfrentamiento que mantiene con los principales medios de comunicación, oscurecen los aspectos positivos existentes y la atención se va centralizando en las expresiones polémicas y los desaciertos verbales en vez de apuntar al debate de los problemas de fondo y urgentes, sus responsables y posibles soluciones.
Es así que emprendimientos necesarios, como el barrio San Francisco, destinado principalmente a familias damnificadas y sin vivienda –y que deberían haber otros similares, considerando la gravedad del problema–, no son valorados sino más bien criticados en aspectos secundarios.
Y aquí hay que dar un paso, pues más allá de estar a favor o en contra de tal o cual partido y sus dirigentes, necesitamos aprender a valorar los emprendimientos que se impulsan y los logros concretos alcanzados, vengan del color que vengan.
Los diferentes gobiernos tuvieron sus avances. A Duarte Frutos se le atribuye sentar las bases para una economía saneada, que Lugo la encaminó, reconociendo su valor. Al ex obispo además se le debe la Costanera de Asunción, y esta es una realidad. Y Cartes lleva adelante obras importantes y hay que reconocerlas, sin que ello signifique volverse cartista o dejar de criticar sus numerosos errores. Necesitamos mirar con más libertad la realidad, con sus partes oscuras y claras, y darle crédito o palos a quien corresponda.
En tanto, nos urge un presidente con vocabulario de estadista; capaz de desarrollar su gestión con lenguaje prudente y responsable; que no se contente con obras sino que sea ejemplo del respeto a las instituciones y las leyes del país.