16 may. 2024

Bailando a ciegas en Brasil

Sao Paulo, 9 dic (EFE).- Suena la música, las niñas se colocan frente al espejo y la profesora les hace la pregunta de rigor: ¿Hacia donde miran las bailarinas? Hacia las estrellas, responden. Son ciegas y no han visto el cielo, pero saben que para llegar lejos tienen que erguir la cabeza y “mirar con los ojos del corazón”.

Fotografía del 8 de diciembre de 2016, de la maestra de ballet Geysa Pereira con la estudiante Maria Eduarda durante una clase en la Asociación Fernanda Bianchini, la única compañía profesional de ballet para ciegos del mundo, situada en Sao Paulo (Brasil

Fotografía del 8 de diciembre de 2016, de la maestra de ballet Geysa Pereira con la estudiante Maria Eduarda durante una clase en la Asociación Fernanda Bianchini, la única compañía profesional de ballet para ciegos del mundo, situada en Sao Paulo (Brasil

Eso les repite constantemente su profesora, quien perdió la visión con nueve años. Geysa Pereira baila desde entonces y hoy enseña a niñas en su misma situación a “realizar sus sueños” en la Asociación Fernanda Bianchini, la única compañía profesional de ballet para ciegos del mundo, situada en Sao Paulo.

Geysa, de 31 años, se arrodilla y con suavidad corrige la posición de los pies de las pequeñas. Les explica los pasos con voz suave, se tumba en el suelo y les pide que toquen sus piernas para que identifiquen la postura que deben colocar a la hora de realizar los movimientos.

Es la metodología que aprendió con Bianchini, una profesora de ballet que desde hace dos décadas enseña de manera voluntaria a personas con deficiencia visual a bailar, a ganar confianza y autoestima.

“Aquí dentro ellas olvidan los problemas que enfrenten fuera. Ganan autonomía, autoconfianza y determinación para no desistir nunca ante un problema en su vida. Tengo tres hijos y esta es la mayor herencia que les quiero dejar: ayudar al prójimo y construir una vida mejor”, cuenta Bianchini.

El desafío de enseñar a personas invidentes se le planteó cuando tenía 15 años y una monja le preguntó si sería capaz de impartir clases de ballet a algunos de los niños del Instituto de Cegos Padre Chico, del que era voluntaria junto a sus padres.

“Yo me consideraba muy joven y hasta incapaz de enseñar ballet para personas especiales. Pero entonces mis padres me dijeron las palabras más sabias que escuché en mi vida: ‘Nunca digas no a un desafío, porque es donde nacen los mayores enseñanzas de nuestra vida’”, asegura.

Se acerca el fin de año y en otra aula Bianchini última los detalles para el festival de Navidad.

“Giramos hacia la izquierda. Hacia donde estoy”, dice Bianchini, mientras realiza un chasquido con los dedos para indicar a sus alumnas donde se encuentra situada.

Poliana, Josie, Taciane y Júlia repasan los pasos aprendidos a lo largo del año -Échappe sauté, arabesque, retiré, passé-, y ensayan la coreografía del “Jardín Encantado” en la sala superior de la escuela, levantada sobre una humilde pero amplia casa de la zona sur de Sao Paulo.

El transistor tiene problemas y la música se para en varias ocasiones. Una de las alumnas reclama y Bianchini le reprende: “No sirve quejarse, nosotras superamos todas las adversidades”.

Lo han hecho también durante la crisis económica en la que se encuentra sumergida Brasil y que ha reducido en picado las donaciones realizadas por las empresas.

En 2016 la asociación consiguió dos patrocinadores, pero las contribuciones realizadas por las compañías tan solo han cubierto el 56 por ciento de los gastos de la escuela.

A pesar de las dificultades, Bianchini cree que vale la pena continuar, sobre todo cuando las pequeñas confiesan que de mayor quieren ser profesoras, “como la tía Fernanda”.

“Llevo 21 años realizando un trabajo voluntario y es lo que más me enriquece como ser humano. Aprendo a cerrar los ojos de la visión, que están llenos de prejuicio, y abro los ojos del corazón. Es un mundo más bonito”, sostiene.

El grado de visión de las alumnas de la escuela es diferente, algunas consiguen ver, otras solo un poco y una, incluso, nació sin ojos, pero desde el primer día que pisan el centro saben que eso no es un impedimento para bailar.

Pereira es un ejemplo para ellas. Nació en un árida y pobre región del interior de Pernambuco, quedó ciega con 9 años y su historia y la perfección de sus movimientos la llevaron a convertirse en la protagonista de un documental titulado “Look at the stars”, inspirado en la escuela de ballet.

“Yo me preguntaba cómo una persona ciega podía llegar a hacer movimientos tan bonitos como los del ballet. Fernanda me dijo de creer en mis sueños y lo sigo haciendo hasta hoy”, señala Pereira.

Alba Santandreu

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