Otelo pide “sangre, sangre” ante el dolor de la traición infestada en su corazón por el sórdido Yago. Cordelia deja en evidencia la malicia que se esconde en el falso amor filial y muestra dolorosamente a su padre, el Rey Lear, cuán inoportuno es repartir las riquezas y aún así querer mantener el poder y la estima de los seres queridos.
Marco Antonio, en su magistral discurso tras el asesinato de Julio César, enseña cómo la plebe embravecida puede ser calmada a base de palabras melosas y golpes de efecto, y, además, da clase de cuán inconstante tiende a ser la opinión de la mayoría. Macbeth expone la ambición enferma que lleva a la muerte y Hamlet saca el velo del dolor y la locura que encierra cualquier venganza, inclusive las justas.
El pobre Alonso Quijano, transfigurado en el inmortal Quijote, sale al mundo a deshacer entuertos, “prodigar el bien y evitar el mal”.
Afiebrado por sus idílicas lecturas caballerescas, imbuido de la dignidad del noble de gran corazón y bendecido por la locura más hermosa que parió la humanidad, el Caballero de la Triste Figura sigue cabalgando desde hace siglos por un mundo en que los soñadores sufren aún la injusticia de ser considerados estúpidos porque sus planteamientos no encajan en los estándares de la época.
Es tan grande su enjuto y marchito porte que hasta lo que no dijo –como el famoso: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos"– tiene una trascendencia universal.
Aparte, son pocas las personas que no han visto aunque sea de casualidad a este par de personajes enfrentando los molinos de viento. Lo grandiosa es que esa imagen apenas merece menos de dos páginas en la obra inmortal de Cervantes.
Sancho, su fiel escudero, a veces amigo, a veces verdugo, es un rechoncho ejemplo de que actuar con cordura no te libra de la estulticia. Él no era loco, apenas era un alma práctica, conocedor de los elementos básicos de la vida y únicamente con capacidad espiritual para desear su ansiada ínsula, su pedacito insignificante de posteridad.
Si bien el Quijote recuperó su aparente lucidez en el lecho de muerte y volvió a ser el pedestre Quijano, nadie olvidará su hermosa locura.
Hace 400 años murieron Cervantes y Shakespeare, por una casualidad fue casi al mismo tiempo. Ambos tienen críticos. Al primero lo acusan por falencias de concordancia y demás. Al otro, sus planteamientos estilísticos. Lo cierto es que, con errores y todo, hasta hoy nadie pudo igualarlos.