El Señor viene a nosotros y debemos aguardar su llegada con espíritu vigilante, no asustados como quienes son sorprendidos en el mal, ni distraídos como aquellos que tienen el corazón puesto únicamente en los bienes de la tierra, sino atentos y alegres como quienes aguardan a una persona querida y largo tiempo esperada.
La liturgia de Adviento nos repite muchas veces este anuncio apremiante: El Señor está para llegar, y hay que prepararle un camino ancho, un corazón limpio. Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro, le pedimos. Y en nuestra oración hacemos hoy propósitos concretos de vaciar nuestro corazón de todo lo que no agrada al Señor, de purificarlo mediante la mortificación, y de llenarlo de amor a Dios con constantes muestras de afecto al Señor, como hicieron la Virgen Santísima y San José, con jaculatorias, actos de amor y de desagravio, con comuniones espirituales.
El Papa a propósito de la lectura de hoy dijo: “¿Cómo vive San José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia?: Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió también a David”.
“Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu”.
“Y San José es custodio porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas”.
“En San José, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo”.
“Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación”.
“En los Evangelios, San José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.
“Yo quisiera decirles también una cosa personal: Yo quiero mucho a San José porque es un hombre fuerte y de silencio y en mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo y ¡durmiendo cuida a la Iglesia!”.
“Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de San José, para que lo sueñe... Esto significa para que rece por ese problema”.
“Asimismo S.S. en un viaje apostólico sobre la figura de San José dijo: “…“Al igual que San José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar. En la familia hay que levantarse y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él. Es muy importante”.
“A San José el regalo de la Sagrada Familia le fue encomendado para que lo llevara adelante. Del mismo modo que el don de la Sagrada Familia fue confiado a San José, así a nosotros se nos ha confiado el don de la familia y su lugar en el plan de Dios. Lo mismo que con San José. A San José el regalo de la Sagrada Familia le fue encomendado para que lo llevara adelante. A cada uno de ustedes, y de nosotros, porque yo también soy hijo de una familia, nos entregan el plan de Dios para llevarlo adelante. El ángel del Señor le reveló a José los peligros que amenazaban a Jesús y María, obligándolos a huir a Egipto”.
“Y (debemos) pedirle a San José, que es amigo del ángel, que nos mande la inspiración de saber cuándo podemos decir ‘sí’, y cuándo debemos decir ‘no’. Las dificultades de las familias son muchas”.
(De http://www.homiletica.org y https://www.vaticannews.va )