César González | cesarpaez@uhora.com.py
Se ha escrito mil veces sobre este tema y se olvida la misma cantidad de veces, pero hay que repetirlo, porque al parecer la humanidad pone mucho empeño en destruir su entorno. Por eso digo que:
Cuando falte el árbol parecerá un tirano que desoye el ruego de los imperdonables. Lo verán como un desalmado ejecutor, pero en realidad en esto de echar la culpa a los demás somos expertos. Pero realmente hemos sido nosotros los que facilitamos el hacha y los tractores que deforestan día a día en forma impune.
Y se ha escrito muchas veces, como muchas veces se seguirá haciendo, porque no aprendemos la simple lección de que el árbol es el pulmón del planeta. Los hemos talado sin piedad, a pesar de ser tan pacíficos y quedarse siempre en un lugar para darnos oxígeno y frutos, así como brotes de sombra.
Qué poco sabíamos de ellos para despertar tanto enojo y robarle la madera. Hablo de la droga del oxígeno que necesitamos y que generosamente nos proporcionan. Vuelvan semillas, no hay tiempo ni paciencia para esperar, pues nos hace falta esa dación de hojas y ramas.
Quien tala árboles, tala años de savia, destronca el futuro para los que vendrán y terminará siendo una herencia malversada para sobrevivientes. Esa es una culpa ética difícil de sobrellevar. Lo dice un proverbio chino antiguo: “Si piensas con un año de adelanto, siembra una semilla. Si piensas con 10 años de adelanto, planta un árbol”.
Y que se sepa, somos incapaces de hacer brotar las semillas del ayer con discursos o promesas. Nos faltará el colorido como el del floreciente lapacho, hasta el perfume humilde del eucalipto o el clerical cocotero; lo majestuoso del enérgico quebracho y el milagro de los frutos. La sabiduría de los griegos se resume en esa sentencia que dice: “La humanidad se hace grande cuando los ancianos plantan árboles, aunque saben que nunca se sentarán a su sombra”.
Es muy cierto que solo cuando se aproxima la primavera, la que esperamos con cierta impaciencia, nos ponemos observadores de la naturaleza; pero, después, rápidamente la consideramos como un decorado cotidiano.
Si las cuentas del porvenir no salen, échenles la culpa a los ojos codiciosos que ven solo un negocio en este milagro verde; ellos son los hacedores del apocalipsis. Hace falta dación de gratitud. Pero, en contra de los dictados de la naturaleza, trabajamos duro para hacer del paraíso una tierra yerma.
No se olviden de rezar por los árboles que están y por las semillas del futuro.