19 abr. 2024

Una chispa necesaria

Miguel Benítez – @maikbenz

“Es un colectivo sardina”, “están reciclando una chatarra”, “otra vez el pasajero va a sufrir con esto”, “van a cobrar pasaje caro injustamente”. Fueron algunos de los comentarios negativos generados tras el anuncio de la eventual incorporación de buses eléctricos a la flota de la Línea 21 y, sobre todo, al ver su prototipo.

Lamentablemente, el estar todavía absortos dentro de un mercado movido por el petróleo y el añadido de un servicio ineficiente de energía eléctrica, hacen que el escepticismo crezca (con justa razón) y que muchos no dimensionen la importancia de este emprendimiento.

El simple hecho de plantear un transporte público de pasajeros cimentado en nuestra autóctona energía eléctrica ya debe llamarnos la atención, sin importar de qué empresa se trate. Obviamente, la Línea 21 es una compañía y, como todo negocio, desea ganar dinero. No está haciendo una obra de beneficencia, ni tiene la obligación de hacerlo. No obstante, su disrupción en el sistema resulta positiva.

Lo que realmente importa es el efecto rebote que puede representar este primer paso para electrificar un sistema que moviliza a miles de personas y que tiene consecuencias no solo económicas, sino sociales y ambientales.

Esta puede ser una chispa para que más empresarios se conecten a la difícil iniciativa de reducir la dependencia del oro negro. Es probable que los buses eléctricos tengan fallas, es probable que generen algún dolor de cabeza a los pasajeros, pero no es menos cierto que los vehículos convencionales ya están haciendo esto.

INCOHERENCIAS. No tiene razón de ser que el Metrobús, tal vez el proyecto más emblemático para el país en la última década, se alimente de gasoil, teniendo una gran generación de energía renovable y limpia.

Tampoco tiene razón de ser que se importen al año más de USD 1.000 millones en combustibles derivados de petróleo, según datos del Viceministerio de Minas y Energía (VMME), y que toda la ciudadanía esté sometida a la fluctuación de sus costos.

Por el otro lado, Paraguay actualmente está cediendo más del 90% de su energía de Yacyretá a la Argentina, nación que abona en ínfimas cuotas (hoy debe más de USD 100 millones) y que además utiliza la operación swap (intercambio) para llevar el producto al Brasil, al que ya le vende a valor mercado, mucho más arriba de los 9 dólares el megavatio hora (MWh) que nos paga por la cesión.

La matriz energética paraguaya apenas se sustenta en un 18% de electricidad. La biomasa (40,6%) y el petróleo (41,4%) representan el 82% del consumo en todo el territorio nacional. Es decir, los paraguayos todavía están quemando leña, teniendo a su favor 10.400 megavatios (MW) de potencia, incluyendo a Itaipú, Yacyretá y Acaray.

Esta potencia hoy se traduce en más de 45.510 gigavatios hora (GWh) de energía producida, de los cuales solo se usaron poco más de 12.200 GWh (el 27%).

Paraguay necesita utilizar más su energía y que las autoridades acompañen las iniciativas, ya sean privadas o públicas. El sector transporte es un excelente inicio para el efecto. Años atrás, intereses mezquinos bastardearon una ley de incentivo a la importación de coches eléctricos. En un principio se exoneraba de impuestos la venida de cualquier vehículo eléctrico, pero la presión hizo que se modifique la normativa para permitir solo la importación de vehículos nuevos, lo que cortó el espíritu de la legislación.

Evidentemente, enfrentarse a un negocio tan lucrativo y poderoso como el petrolero significa tocar enormes intereses, pero ya es momento de empezar a hacerlo.

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