28 abr. 2024

Un tiempo de renovar energías para construir un país mejor

La Navidad es un tiempo de reencuentro y de celebración en familia. Es una tradición cultural y una evocación religiosa que nos invita a vivir la caridad cristiana, en el nombre de un Niño Dios nacido hace más de veinte siglos en un humilde pesebre de Belén, cuyo bíblico testimonio nos ha dejado principalmente la enseñanza de compartir solidariamente con quienes más sufren. Por sobre todo, debe ser una época de reflexión y de revisión personal acerca de lo que sucede en nuestro entorno, motivándonos a renovar energías para seguir trabajando juntos por corregir las muchas carencias que nos afectan como sociedad, persistiendo en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

En medio de toda la convulsión causada por los acontecimientos políticos y económicos de las últimas semanas, la celebración de la Navidad impone una pausa necesaria, un espacio de encuentro y de reencuentro en familia, para celebrar juntos uno de los acontecimientos más significativos de la tradición cristiana: el nacimiento de Jesús, el Niño Dios, que ocurriera hace más de veinte siglos en un humilde pesebre, en la aldea de Belén, en la antigua región de Judá.

La manera en la que la cultura paraguaya ha reconstruido este momento, con los folclóricos pesebres que adornan los hogares, hechos con hojas de ka’avove’i o réplicas de ranchitos con techos de paja, poblados de figuras de barro y frutas de estación, ha convertido a la Navidad en uno de los momentos más esperados del año, en que aún lo más urgente queda relegado a un segundo plano para permitir que abuelos, padres, hijos y nietos puedan reunirse en torno a la mesa de Nochebuena para celebrar la vida y renovar la esperanza.

En estas bellas estampas con aroma de flor de coco y banda sonora de canto de cigarras sobrevive y se expresa el Paraguay más profundo. Ese país de mayoría campesina o suburbana que sigue padeciendo lacerantes dramas sociales, pero que no se cansa de reclamar por sus elementales derechos ante las autoridades, buscando conquistar oportunidades de mejor educación, mejor salud, empleos más dignos, o de cumplir el sueño de la tierra y de la vivienda propias, acceder a programas de desarrollo que permitan que comunidades por mucho tiempo olvidadas o marginadas puedan unirse a nuevas dinámicas de progreso.

La Navidad es el tiempo en que regresan los hijos pródigos tras un largo vuelo transoceánico, aquellos que han debido emigrar a lejanas tierras, enfrentando largas y dolorosas ausencias en busca de un mejor futuro que su propia patria les niega. O que, al verse sin posibilidades de retornar para estas fiestas, al menos pueden confundirse en un abrazo virtual con sus seres queridos a través de una llamada telefónica o una conexión audiovisual en la pantalla de un dispositivo digital.

La Navidad es también la época que invita a vivir con mucha mayor significación la caridad cristiana, emulando el bíblico testimonio de aquel Rey de Reyes que en lugar de nacer en un lujoso palacio ha preferido hacerlo en un establo de animales, rodeado de humildes pastores. Ese espíritu es el que motiva a grupos de jóvenes, como los que organizan la ya tradicional campaña Corazones Abiertos, que se dedican a recorrer barrios y ciudades juntando objetos en desuso para repararlos y ponerlos luego a la venta, para invertir lo recolectado en favor de pobladores de los Bañados. Igualmente, estimula a diversos grupos de personas a recorrer hospitales, hogares de ancianos, guarderías y comedores infantiles, llevando regalos y números artísticos a sectores generalmente olvidados.

Por sobre todo, la Navidad debe ser considerada como una época de reflexión y de revisión personal acerca de lo que sucede en nuestro entorno cotidiano, motivándonos a renovar energías para seguir trabajando juntos por corregir las muchas carencias que nos afectan como sociedad, persistiendo en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

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