Nuestra vida debe ser una continua imitación de Su vida aquí en la tierra. Él es nuestro Modelo en todas las virtudes y tenemos con Él relaciones que no poseemos respecto de las demás Personas de la Santísima Trinidad.
La gracia conferida al hombre por los sacramentos no es meramente “gracia de Dios”, como aquella que adornó el alma de Adán, sino, en sentido verdadero y propio, “gracia de Cristo”.
Fue Cristo un hombre, un hombre individual, con una familia y con una patria, con sus costumbres propias, con sus fatigas y preferencias particulares; un hombre concreto, este Jesús. Pero, al mismo tiempo, dada la trascendencia de su divina Persona, pudo y puede acoger en sí todo lo humano recto, todo cuanto de los hombres es asumible.
No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar.
Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres, con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad.
Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean.