26 abr. 2024

Un libro de múltiples historias

Cuando empecé a estudiar Kabbalah en 1994 (hace ya 26 años), mi primer profesor dijo una frase que nunca más me abandonó: “Siempre hay que contar historias; a los niños para que duerman, y a los amigos para que despierten”.

Y creo que esta es la mejor manera de resumir conceptualmente un libro como el de Osvaldo Domínguez Dibb (Memorias de la Gloria. Mi vida. Osvaldo Domínguez Dibb): Para que uno despierte. Porque es un libro de múltiples historias en pos de un objetivo: La Gloria.

Enfatizado una y otra vez en el texto en diferentes anécdotas, donde este concepto de la gloria como reconocimiento, como resultado de lucha, como premio a un esfuerzo, es algo que está más allá de uno mismo y como en este caso, el de mi querido Club Olimpia, refleja no solo la conquista de la autoestima personal y colectiva, sino la celebración de la aspiracionalidad para hacer más, a ser más, y ¿por qué no?: A ambicionar más, con el trabajo y el esfuerzo, de una manera sana y constructiva.

Nunca imaginé que el mundo del fútbol tuviera tantos entretelones; y que los triunfos sean la suma no solo de un intenso entrenamiento físico, de la aplicación de una estrategia bien pensada, de la precisa atención a los detalles, de negociaciones y luchas de egos y mezquindades, sino por, sobre todo, de sobreponerse a las derrotas de las tantas batallas diarias y semanales, porque el verdadero objetivo es ganar la guerra.

El libro refleja un compromiso familiar. Porque Osvaldo consiguió aglutinar a toda su familia en pos de un objetivo común; pero es también el reconocimiento a Peggy, su esposa; y a través de ella, podemos proyectar el homenaje natural que se merece la mujer, no solamente como compañera de un hombre, sino como luchadora y generadora de éxitos y logros por sí misma y para sí misma.

Los hijos: Julio Osvaldo, Astrid, Diana, Alejandro, Cristian y Emilio, sintieron, vivieron, comieron, bebieron y se nutrieron de ese esfuerzo de hacer del Olimpia un campeón con total reconocimiento, y esto se transformó en el ejemplo de educación para la vida de todos y cada uno.

Por supuesto, los seres humanos no somos perfectos. Osvaldo, el Tigre, Rata, tampoco lo es.

Pero su compromiso con la vida y con las oportunidades que se le presentaron, significa reconocer lo que la vida te puede ofrecer, más allá de tristezas, frustraciones, momentos difíciles, traiciones; pero también amistades, lealtades, autoestima, compromiso, mística, sueños, trabajo, y deseos de aspirar a más, para ser más.

Y aparecen los compañeros de ruta dentro del Olimpia: El Negro Cubilla, pieza fundamental, su cuerpo técnico con sus luces y sus sombras; Óscar Vicente Scavone, Óscar Horacio Carísimo, Chacho Scappini, Luicho Nogués, Olimpio Fleytas, Manuel Jourdan, Rodolfo Riego, Emilio Velilla Laconich, Arnaldo Cajes, entre otros, y por supuesto, todos esos jugadores geniales que consiguieron no solo preparar el físico para aguantar grandes partidos sino también imbuirse de un espíritu ganador a prueba de todo.

Osvaldo es amigo mío de la infancia (con su hermano menor Nene, nos llevamos apenas un mes de diferencia); pero todos crecimos juntos como miembros de la colonia árabe que estaba afincada en el centro de Asunción y que buscaba con su trabajo y conducta honesta y constructiva, conquistar su lugar en la sociedad y contribuir al desarrollo de nuestro querido Paraguay.

Por eso, por todos los recuerdos que evoca, este es un libro que todo olimpista debe leer.

Pero más allá de los colores y las pasiones, me atrevo a decir que todo cerrista, gumarelo, luqueño, aborigen, nacionalófilo, solense, lo acabará disfrutando; porque el fútbol es una metáfora permanente y constante de la vida.

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