23 abr. 2024

Un gran día

Yan Speranza, Presidente del Club de Ejecutivos del Paraguay.

Yan Speranza,

Yan Speranza,

Un gran día. Esta frase la escuchamos repetidamente el jueves pasado cuando se lanzaba formalmente el proceso de diálogo social que tendrá que dar lugar a una nueva reforma educativa en el Paraguay. La mencionaron tanto el presidente de la República y el ministro de Educación, así como el afamado economista Jeffrey Sachs, quien estuvo presente para el evento y que asesorará al país en varias áreas en los próximos años.

Efectivamente, se trataba de un gran día pues sencillamente estamos hablando de la única posibilidad que tenemos como sociedad para realmente encarar un proceso de desarrollo sostenible e inclusivo.

La educación que tenemos actualmente nos limita terriblemente y condena a millones de compatriotas a una pobre calidad de vida en el mejor de los casos o, peor aún, a una pobreza persistente y lacerante. Sostener todo esto en los tiempos que vivimos, en esta sociedad del conocimiento, es tan obvio que en realidad no merece muchas discusiones; probablemente estaremos todos de acuerdo casi de inmediato. El problema surge cuando debemos plantearnos colectivamente cómo modificar o transformar lo que tenemos en algo diferente. Porque además estamos hablando de un sistema educativo inmensamente complejo y con muchos intereses en juego.

En democracia no existe otra salida que dialogar para ir encontrando los mejores caminos de consensos y acuerdos. Todos debemos involucrarnos en este proceso, abiertos a discutir ampliamente, ojalá basados en la mayor cantidad de evidencias disponibles y siempre dispuestos a crear valor público con las ideas.

Los indicadores de nuestra realidad actual son deplorables, tanto en cuestiones elementales como la permanencia en el sistema, puesto que de cada 100 niños y niñas que inician la primaria, solo 41 terminan la secundaria. También en el tema fundamental del aprendizaje más del 70% de los estudiantes en todos los grados no aprenden lo básico en lenguaje y matemáticas, según las evaluaciones oficiales. Estos y varios otros indicadores deberían servirnos como punto de partida para transmitirnos un sentido de verdadera tragedia nacional y al mismo tiempo de urgencia para hacer algo al respecto.

No es la primera vez que vamos a encarar un proceso como este. Cuando volvíamos a la democracia, a principios de los 90, ya habíamos realizado una reforma educativa, buscando construir un nuevo modelo posdictadura. Se lo hizo de manera muy participativa, con numerosos congresos departamentales y nacionales, convocando a los principales referentes nacionales en materia educativa y con el apoyo de especialistas internacionales.

Podemos hablar de un resultado muy positivo en términos de la filosofía de la reforma de aquella época y el consenso social que supuso su realización.

Sin embargo, el proceso de implementación tuvo muchas deficiencias que con los años la fue alejando en términos de resultados concretos, de aquellos hermosos ideales y objetivos que perseguía. Tampoco podemos desconocer el éxito relativo de este proceso en términos del importante aumento de cobertura en el sistema educativo, para lo cual se incrementaron de manera significativa los recursos económicos volcados al sistema. La propia Constitución Nacional del 92 estableció que al menos el 20% del Presupuesto General de Gastos de la Nación debía ser destinado a educación.

Pero este énfasis en la cantidad no estuvo acompañado por un énfasis en la calidad y estamos sufriendo las consecuencias con niveles de aprendizajes efectivos extremadamente deficitarios.

Creo que en la sociedad paraguaya vamos tomando conciencia de la gravedad de la situación. Y es muy importante que este nuevo proceso de transformación educativa que se inicia esté liderado por el propio presidente de la República, no solo desde la perspectiva formal, sino en términos reales, involucrándose activamente. Tal cual lo ha prometido de hecho.

Hoy podemos mirar hacia atrás y aprender de los errores y aciertos del proceso anterior. Pero sobre todo debemos mirar hacia adelante y entender que la calidad de vida de nuestros hijos, y la nuestra incluso, depende en gran medida de cómo avancemos en esta urgente y necesaria transformación educativa.

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