En primer lugar, pondría a la educación. Tenemos que transformar la educación, pero de verdad y de una vez por todas.
Necesitamos una educación pública de calidad, que este al alcance de todos, lo que en realidad equivale a decir que se tiene que cumplir algo muy básico que está en la Constitución Nacional en su artículo 76, donde dice claramente que es una obligación del Estado garantizar la educación escolar básica, y que las escuelas públicas tendrán carácter gratuito.
De paso sería fantástico que el Estado cumpliera ese mandato que dice que debe fomentar la enseñanza media, técnica, agropecuaria, industrial y la superior o universitaria, así como la investigación científica y tecnológica.
Gratuita dice, claramente. Y no menciona para nada pequeños y medianos montos que van agregando las instituciones a su gusto nomás: La tal comisión o la copia del certificado de estudios; tampoco gastos de uniforme y útiles y etc. Y ya que estamos sería muy bueno que las escuelas públicas tuvieran la infraestructura necesaria; con todo eso que hoy se considera un lujo: Techos seguros que no se caigan, paredes que no se derrumben, aulas limpias, frescas y bien iluminadas, bibliotecas, laboratorios, y espacios adecuados para la práctica de los deportes.
Los niños, adolescentes y jóvenes podrían practicar deportes, podrían hacer música, aprender inglés desde el jardín de infantes, optar por becas, tener maestros y profesores con una excelente formación y bien motivados y pagados. Una educación para todos, y ya que estamos pidamos una utopía: Que la educación pública sea tan, pero tan buena que el hijo de un obrero comparta el aula con el hijo del director de Itaipú, y que ambos tengan iguales oportunidades.
Otro tema, la provisión de desayuno y merienda escolar ya no serán necesarios porque en ese país ideal que imagino vamos a tener gobiernos que van a considerar un insulto que haya paraguayos y paraguayas que vayan a dormir con hambre. Y resulta más que evidente que, con una educación pública excelente, nuestra clase política va a mejorar, –con el tiempo, dentro de unos cuantos eones– pero va a ser la mejor, la que nos merecemos.
Trasporte Público. Y ya que estamos con la reivindicación de lo público, hablemos ahora de la también necesaria transformación del sistema de transporte.
Para empezar, de manera urgente necesitamos un sistema de transporte. Lo que tenemos ahora es apenas la concesión de itinerarios a los empresarios amigos del poder.
En ese sistema que estará bien planificado, y que ahora no existe, los choferes van a ser profesionales, gente con un buen salario y buenas condiciones de trabajo, y no esos seres estresados y tan mala onda que corren carreras por la urgencia de completar sus “redondos”, y con el complejo Toretto.
Actualmente, si uno sufre de vértigo, ansiedad o alguna enfermedad coronaria, debe evitar los ómnibus, porque estos te dan cada susto cuando vuelan bajo por Eusebio Ayala, por ejemplo. Claro que si sos pobre no te va a quedar más que usar el transporte público actual y, encomendarte a la virgen de Caacupé y a Chiquitunga.
Un temita que agregaría a ese nuevo sistema de transporte público es que tendrán que desaparecer los molinetes, pues la Constitución es bastante clara al respecto cuando dice que “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
Otra cosa, ¿se acuerdan de que con la educación pública de calidad también mejoraría la calidad de la clase política? Bueno, pues en ese país transformado, ningún presidente nos robaría la posibilidad de disfrutar de un eficiente Metrobús.