La tibieza nace de una dejadez prolongada en la vida interior. Suele ir precedida siempre de un conjunto de pequeñas infidelidades, cuya culpa –no zanjada– está influyendo en las relaciones de esa alma con Dios.
El alma tibia justifica esta actitud de poca lucha y de falta de exigencia personal con razones de naturalidad, de eficacia, de trabajo, de salud, etc., que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños afectos desordenados, apegos a personas o cosas, comodidades que llegan a presentarse como una necesidad subjetiva. Las fuerzas del alma se van debilitando cada vez más.
En resumen: “Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o cuquería el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos”.
El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: “Pero yo no les entiendo, son como aquellos niños: Hemos sonado la flauta y no han bailado; hemos cantado un lamento y no han llorado ¿Pero qué quieren? ¡Queremos salvarnos como nos gusta! Es siempre este el cierre al mundo de Dios […]”.
“No confundamos ‘libertad’ con ‘autonomía’, elegir la salvación que consideramos sea aquella ‘justa’. ¿Creo que Jesús sea el Maestro que nos enseña la salvación? ¿O por el contrario voy por todas partes para alquilar a un gurú que me enseñe otra?”.
“¿Un camino más seguro o me refugio bajo el techo de las prescripciones y de tantos mandamientos confeccionados por los hombres? Y así me siento seguro y con esta ‘seguridad’ –es un poco duro decirlo– seguridad con la que compro mi salvación, y que Jesús da gratuitamente con la gratitud de Dios?”.
“Hoy nos hará bien ponernos estas preguntas. Y la última: ¿Yo me resisto a la salvación de Jesús?”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net/op/articulos/11731/cat/504/indiferencia-de-los-judios.html).