08 may. 2025

Superar la mirada cortoplacista al evaluar la situación económica

La proyección del cierre del PIB 2020 se redujo al -1% y el pronóstico de crecimiento para el próximo año del 4% anunciado por las autoridades económicas resultan alentadores en un contexto de preocupación por el incesante nivel de contagio. No obstante, es necesario ser cautelosos con el significado del indicador, dado que es limitado para analizar las condiciones microeconómicas en los hogares y de la gran mayoría de las mipymes, sobre todo, teniendo en cuenta que algunos de los factores que impulsarán el crecimiento no tienen un efecto derrame importante en el nivel y la calidad del empleo a mediano y largo plazo. El crecimiento económico de los últimos años estuvo cimentado en la estabilidad macroeconómica. Este capital se está debilitando, poniendo en riesgo el futuro económico y, con ello, las posibilidades de bienestar.

La incertidumbre acerca de la evolución de la pandemia y sus consecuencias en la salud; el colapso del sistema sanitario, lo que puede llevar a aumentar el ritmo de pérdida de vidas; la lentitud en la recuperación de los ingresos y el aumento de la precariedad laboral son algunos de los efectos a corto plazo que pueden opacar cualquier visión exitista de recuperación del producto interno bruto (PIB).

A eso se agregan la pérdida permanente de empleos formales, el aumento del trabajo infantil o adolescente, la deserción escolar o el endeudamiento de las mpymes con consecuencias de largo plazo, lo cual afecta a la posibilidad de reducir la pobreza o aspirar a un crecimiento sostenido.

Si el PIB ya no reflejaba fehacientemente la situación económica ni siquiera a nivel macroeconómico y menos aún a nivel micro antes de la pandemia, la llegada de este penoso fenómeno nos debe obligar a replantear todo nuestro sistema de indicadores para encontrar los que reflejen no solo la realidad de la mayoría, sino sobre todo aquellas condiciones que deben ser abordadas por las políticas públicas.

Si el crecimiento económico no ayuda a mejorar el empleo y con ello los ingresos y la inclusión en la seguridad social, no se puede hablar de éxito económico.

Menos aún en un contexto de alto déficit fiscal, endeudamiento y escasa capacidad para movilizar recursos internos que puedan ayudar a financiar los compromisos internacionales (deuda) y las políticas que el país requiere para mejorar el capital humano y la infraestructura para el desarrollo a largo plazo.

Dos tercios de la población trabajando en la informalidad, un sistema de salud en condiciones paupérrimas que obligó a cerrar la actividad económica, una baja cobertura de la seguridad social, la ausencia de un seguro de desempleo y de mecanismos eficientes y eficaces para apoyar a las mpymes impidieron al Estado implementar soluciones rápidas y de alto impacto.

Si bien el Gobierno actuó frente a la pandemia con medidas similares a las diseñadas en países desarrollados, el alcance de esas medidas fue escaso y el costo fiscal uno de los más altos de la región, lo que se agrava porque fue financiado con endeudamiento.

El crecimiento económico de los últimos años estuvo cimentado en la estabilidad macroeconómica. Este capital se está debilitando poniendo en riesgo el futuro económico y, con ello, las posibilidades de bienestar.

La evaluación económica del Gobierno debe superar la mirada restringida y de corto plazo del PIB.

El PIB no necesariamente implica aumento del empleo y calidad en el corto plazo ni mucho menos desarrollo o bienestar en el mediano plazo. Años de altas tasas de crecimiento nos enseñaron las limitaciones de este indicador.

Además del PIB, el Gobierno debe darles seguimiento a los indicadores de empleo y a todos aquellos factores económicos que pueden terminar teniendo impacto en las posibilidades del crecimiento a largo plazo, superando la mirada cortoplacista de las políticas públicas.