09 ago. 2025

SUBGOBERNANTE

Akâpete

El vicepresidente es la síntesis de la hipocresía, de la mendacidad y la falta de escrúpulo político. Sí, porque la política exige una ética y una honestidad específicas a las que no precisamente está sujeto él, aunque lo presuma, ni la mayoría de la fauna política local. Sus actos, palabras, encubrimientos y omisiones así lo ejemplifican.

Podría uno estar en desacuerdo o en acuerdo sobre las bondades o perversiones del actual Gobierno. Podría uno sospechar y hasta ver falsedades o verdades en las intenciones del Ejecutivo. Hasta podría entenderse que el país va para arriba o se precipita por el despeñadero. Lo que no puede tenerse en doble lectura es el hecho de que el segundo del poder reniegue ahora y tirotee contra el proyecto que ofreció, argumentó, legitimó y defendió ante los electores. Que conspire en contra de la propuesta, que luego se convierte en asunto de gobierno, por cuya concreción él dijo se le debía elegir y pidió votos a lo largo y ancho del país.

El vicepresidente está o mal asesorado o reincide en la necia actitud de buscar desmarcarse de un compromiso asumido ante el país por tener diferencias con su titular en el poder. Sin sacar la legitimidad de su mal sentir, de que tiene el derecho a disentir o hasta estar diametralmente opuesto a lo que se hace en el Gobierno al que pertenece, lo congruente es que tome alguna medida que resuelva y clarifique la situación ante la población.

Si el hecho es ese. Si lo que ocurre es que ya no apoya la propuesta electoral ganadora o no le gusta lo que hace el presidente y no tiene la capacidad de incidir o desarrollar los trabajos prometidos, lo más lógico es que renuncie a esa situación de incomodidad y de contrariedad.

Por recurrir a un ejemplo cercano, así lo hizo el vicepresidente del renunciado mandatario argentino Fernando de la Rúa, el progresista Carlos Chacho Álvarez. Renunció por su desavenencia con la manera en que fue realizada por el Ejecutivo la propuesta electoral que defendió; y las medidas políticas que adoptó el Gobierno que integraba y que consideró iban contra su doctrina. Pasó al otro lado y ejerció con honestidad su papel de opositor. Esa misma honestidad consigo mismo y con la gente que le votó es exigible al segundo de nuestro país.

Es poco serio y menos honorable hacer un juego dual, perverso. Realizar las cosas según el humor y conveniencia, conforme lo reditúen las coyunturas; y desde la sombra conspirar, incluso con los opositores al Gobierno que él integra. Llorar y despotricar contra el Ejecutivo que vicepreside, apenas hay cámaras, micrófonos y grabadoras en frente. Es poco serio exigir transparencia, honradez y coherencia a un Gobierno que él mismo representa, pero que desluce con sus vendettas, con sus berrinches de político caprichoso y poco apegado a respetar el compromiso asumido ante la población.

En estos casos, esgrimir el infantil argumento de que el cargo lo ganó con el PLRA y no tiene por qué dejarlo, es casi lo mismo que decir que una mujer golpeada y abusada insiste en quedarse con el marido solo por los hijos (con lo denostable que es este delito machista).

El país no se merece gobernantes así. No se merece políticos que ganan millones de guaraníes por hacer nada, aparte de la tarea adicional de generar tensión y crisis, distrayendo el debate de los importantes temas nacionales. No se merece políticos que bucean en la miseria de un país para sacar rédito y provecho, en una anticipada campaña electoral presidencial. No se merece un vicepresidente que no asume su papel y por tanto no respeta la institucionalidad que le confiere la Constitución.

En definitiva, no se merece un subgobernante.