Por pa’i Oliva
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Vivo estos días en una ciudad española que se llama Huelva. Tiene 200.000 habitantes y es uno de los lugares con más horas de luz solar de España. Tanto que al enterarse que en Italia existía un pueblo de 200 personas que durante tres meses en invierno no tenía sol que le iluminara, por estar en un profundo valle rodeado de montañas de 2.000 metros, decidió ayudarle para que el Sol alumbrara en Viganella.
Comenzaron los técnicos a trabajar. Colocaron, con la ayuda de un helicóptero un inmenso espejo de 40 metros cuadrados de superficie en la ladera de una montaña de 1.200 metros y con un ordenador consiguieron la orientación conveniente para que el sol reflejado cayera sobre la plaza del pueblo.
El domingo 17 de diciembre a las 11 en punto de la mañana, una niña de Huelva (propiamente de Cortelazor de Huelva), que se llama Alba apretó el botón y el Sol por primera vez brilló en los tres meses de invierno de la historia de Viganella.
Y esta anécdota tiene un hondo significado. Mientras en otras partes del planeta Tierra los políticos roban, los militares matan y el negocio de las armas es el que más plata gana, los ciudadanos de dos poblaciones distantes más de 2.000 kilómetros, se han unido para que ambas gozaran de la luz del Sol. Y todo esto también ha tenido un rédito económico. El turismo se ha incrementado en ambas partes. En Huelva porque muchos se han enterado de que es la provincia de la luz del sol. En Viganella porque hicieron retroceder las tinieblas.