18 abr. 2024

Servir a la Patria

Un fanático del servicio militar me decía en estos días que lo único que puede salvar a nuestros jóvenes de la adicción, la apatía o la autodestrucción es la disciplina y el sentido de camaradería que se adquieren en un cuartel. Y como es de rigor en estos casos, se presentó como el mejor ejemplo de ello.

No pensaba pincharle el orgullo aclarándole que no todos podrían estar de acuerdo en que su vida fuera digna de ser imitada –sobre todo si esa convicción le hace feliz–, pero sí le recordé que las experiencias, aunque comunes, no necesariamente tienen el mismo efecto en todos nosotros; y que lo que puede ser bueno para uno, puede resultar terriblemente malo para otro.

Por eso me parece saludable que se haya empezado a organizar el servicio civil para los objetores de conciencia. Creo que, en puridad, la mayoría no son objetores de conciencia sino jóvenes que no quieren hacer el servicio militar; no les interesa.

Podemos debatir largo y tendido sobre si tiene lógica o no emplear su tiempo en aprender orden cerrado o cómo disparar un arma, pero no es la intención de este artículo. A juzgar por las encendidas polémicas que el tema ha provocado en las redes, es una cuestión sobre la que difícilmente podamos ponernos de acuerdo.

Por esta vez solo quiero referirme a la importancia que puede tener ese servicio social si es que se organiza adecuadamente.

Originalmente, el servicio militar –que tiene rango constitucional– tenía por único objetivo la formación de un cuadro de reservistas que pudieran ser convocados en defensa de la Patria ante la eventualidad de una guerra. Convengamos en que hoy las hipótesis bélicas son casi inexistentes. Sin embargo, la Patria sigue bajo riesgo, aunque ahora sus enemigos son terriblemente más complejos y difíciles de derrotar.

Hoy la Patria se ve asolada por la corrupción, la desidia, la mediocridad, la apatía y la desazón. Su peor enemigo somos los propios paraguayos. ¿Cómo enfrentar la venalidad de sus administradores, la avaricia de sus políticos y empresarios, la resignación de su gente a una educación pública anodina? ¿Cómo hacemos que el derecho de los demás nos importe y el nuestro les importe a ellos? ¿Cómo reconstruimos la empatía, esa particularidad de los humanos que nos permite vincularnos emocionalmente con lo que le pasa al otro?

Un sacerdote que habita uno de los barrios más populosos y pobres de Asunción me contaba hace unos años que nada provoca emociones más fuertes ni cambios más radicales en una persona que vivir, aunque sea por unos instantes, la realidad del otro. Es casi imposible –me aseguraba– que no te sientas vinculado con esa persona con la que compartiste el llanto, la risa, la impotencia, la bronca o la esperanza.

No es lirismo. Los jóvenes que lo acompañaron en la experiencia de trabajar con y para esas personas experimentaron un cambio profundo y duradero en sus vidas. No pocos descubrieron que tenían una insospechada vocación de servicio, y hallaron en ese trabajo comunitario un nivel de satisfacción que no encontraron nunca en el ocio o el vicio.

Conceder horas de su tiempo a colaborar en una escuela pública, en un hospital, en un asentamiento de damnificados, en un asilo o en cualquier lugar donde, aunque sea por unos minutos, lo más importante sea la necesidad del otro, puede permitir a miles de jóvenes destruir las barreras invisibles de la indiferencia que con tanto éxito hemos levantado los adultos a lo largo de los años, convirtiendo el concepto de Patria en una figura abstracta a la que se puede rendir homenaje sin poner en riesgo la comodidad de nuestro autismo social.

Prefiero mil veces a un joven entrando en contacto con esa realidad, aprendiendo a empatizar con el colectivo humano que realmente representa a su Patria, que haciendo orden cerrado en un cuartel.

Quienes tengan vocación militar que vayan, pero que los demás descubran en el servicio social que lo que hace que la vida valga la pena es la gente con la que compartimos la experiencia única de la existencia. Y que servirla es en definitiva servir a la Patria.

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