(…) Sin embargo, el corazón del hombre tiene gran facilidad para buscar cosas de aquí abajo sin otra dimensión trascendente, tiende a apegarse a ellas como lo único y principal y a olvidarse de lo que realmente importa…
(…) Podemos preguntarnos nosotros hoy, en nuestra oración, en qué tenemos puesto el corazón. Sabiendo que nuestro destino definitivo es el cielo, tenemos que hacer positivos y concretos actos de desprendimiento y ver el modo de que otras personas más necesitadas compartan lo nuestro, y ayudar con bienes y tiempo.
El papa Francisco a propósito de la lectura de hoy dijo: “Hay una cosa que es verdadera, cuando el Señor bendice a una persona con las riquezas: lo hace administrador de aquellas riquezas para el bien común y para el bien de todos, no para el propio bien... Nosotros oímos con frecuencia las tantas excusas de las personas que pasan la vida acumulando riquezas. Por nuestra parte todos los días debemos preguntarnos: “¿Dónde está tu tesoro? ¿En las riquezas o en esta administración, en este servicio para el bien común?”.
Es difícil, es como jugar con el fuego. Tantos tranquilizan su propia conciencia con la limosna y dan lo que les sobra a ellos. Ese no es administrador: el administrador toma para sí de lo que sobre y, como servicio, da todo a los demás. Administrar la riqueza es un despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación. Acumular sí, está bien; tesoros sí, está bien, pero aquellos que tienen precio, digámoslo así, en la bolsa del Cielo. ¡Allí, acumular allí!”.