25 abr. 2024

Ser justos

Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

La justicia es la virtud cardinal que permite una convivencia recta y limpia entre los hombres. Sin esta virtud, la convivencia se torna imposible, la sociedad, la familia, la empresa dejan de ser humanas y se convierten en lugares donde el hombre atropella al hombre. La justicia regula la convivencia de la sociedad humana en cuanto humana, es decir, basada en el respeto de los derechos personales; “es principio fundamental de la existencia y de la coexistencia de los hombres, como también de las comunidades humanas, de las sociedades y de los pueblos”.

“Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad”.

La fe nos lleva a estar presentes, a intervenir muy directamente en los afanes nobles, en las “menudencias de la vida de familia” y “en los conflictos y tareas que definen cada época histórica”... para santificarnos nosotros y santificar esas realidades, haciéndolas más humanas, más justas, para llevarlas a Dios. “Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana (Cfr. Tertuliano, Apologeticum, 17), no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar”.

El origen, la gran fuerza que mueve al hombre justo, es el amor a Cristo; cuanto más fieles al Señor seamos, más justos seremos, más comprometidos estaremos con la verdadera justicia. Un cristiano sabe que el prójimo, el «otro», es Cristo mismo, presente en los demás, de modo particular en los más necesitados. «Solo desde la fe se comprende qué es lo que de verdad nos jugamos con la justicia o la injusticia de nuestros actos: acoger o rechazar a Jesucristo».

Este es el gran motor de nuestras acciones. Esto es lo que solo los cristianos, mediante la fe, podemos ver: Cristo nos espera en nuestros hermanos. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed... Omisiones: Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de mis hermanos más pequeños, dejasteis de hacerlo conmigo.

El papa Francisco, a propósito del Evangelio de hoy, dijo: “El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin, porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y da la fuerza para volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece.

Todos lo sabemos: Nuestro Padre jamás se cansa de amar y sus ojos no se amodorran al mirar el camino de casa, para ver si el hijo que se fue y se ha perdido regresa. Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro padre nos espera siempre. No solo nos deja la puerta abierta: nos espera. Él está involucrado en esto, esperar a los hijos. Y este padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, aun permaneciendo siempre en casa con él; sin embargo, no es partícipe de su misericordia, de su compasión.

Dios no solo está en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su mismo modo de amar: “Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn. 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo.

El amor no puede soportar permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor”.

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