Cuando terca y obstinadamente Alberto Romero Ruiz Díaz construyó con ingenio y paciencia de niño su primera arpa estaba, en realidad, comenzando a labrar su destino.
El pequeño, al ver a su padre ejecutar el instrumento que se universalizaría a partir de Félix Pérez Cardozo, quedó prendado de la magia de su sonido. Como no vivía con su papá, no podía acceder a la extraña caja con cuerdas. Solo lo escuchaba de vez en cuando. Por eso resolvió con sus propias manos el inconveniente. El son de su pequeña arpa era elemental y primario. Sin embargo, fue suficiente para que convenciera al precoz artesano de que la música era su camino en la vida.
El joven Alberto, cada vez más entusiasmado con su arte, fue creciendo en su aprendizaje. Los arpistas de su comunidad ensancharon sus conocimientos hasta donde pudieron. No eran muchos, pero bastaron y sobraron para que en Asunción otros lo llevaran un poco más lejos en la sabiduría que iba recogiendo al andar.
Alberto había nacido el 7 de agosto de 1920 en San José de los Arroyos, según los datos biográficos recogidos por sus hijos Alberto Romero Ramos e Ydalberto Romero Aponte. “Alguna vez escuché decir que vino al mundo en la compañía Potrerito, de San José", sostiene su hijo Alberto - quien vive en Asunción y es también músico- , al pedirle una precisión con respecto al lugar de procedencia de su progenitor.
“Doña Valentina Ramírez Ruiz Díaz viuda de Rivarola, su prima hermana, cuenta que ella era la que cargaba con su arpa cada vez que había actuaciones. Él decía que si lo llevaba, sus dedos estarían lerdos y endurecidos. Dice doña Valentina que a veces tenían que cruzar arroyos con los instrumentos y zapatos al hombro para llegar al lugar de la presentación”, relatan los hermanos Romero.
Cuando el arpista se dio cuenta de que sus alas ya estaban lo suficientemente maduras como para emprender vuelo solo, formó su primer grupo musical. “Alberto Romero, el Galán del Arpa y su Conjunto Paraguayo” se llamaba. Lo integraban también el tenor Rafael Ramos y el guitarrista Ramón del Campo.
Cuando se incorporó Inés de Córdoba - argentina- , pasaron a denominarse “Alberto Romero y su Trío Paraguay”. Andariegos impenitentes, de la Argentina pasaron a Brasil, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, hasta recalar en Venezuela, a fines de la década de 1950. Alberto vivió en ese país durante 20 años. Allí grabó discos, dio conciertos y ejerció la docencia del arpa. Alfredo Rolando Ortiz y José Luis Fermín Cova fueron sus alumnos más destacados.
Después de llevar una vida a la deriva, encontró en la Biblia el sentido de su existencia. “En Venezuela, pidió ser bautizado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la que permaneció hasta el final de sus días”, mencionan sus hijos.
Acosado por la nostalgia, regresó al Paraguay en 1980. En compañía de su hijo Alberto - con quien conformo el dúo “Los Romero"- se reintegró a su patria. Además de seguir realizando presentaciones, se dedicó a una proficua labor docente.
Una de sus obras más conocidas es la polca instrumental San José de los Arroyos. Tuvo que haberla compuesto en la década de 1950, cuando ya su talento de intérprete se había afianzado lo suficiente como para pasar a componer sus propias creaciones. Está inspirada en los aires de su tierra, su infancia, sus juegos y cuanto vivió en ese pedazo de suelo paraguayo que nunca olvidó. A modo de ratificación del amor a su terruño, compuso también la galopa San Josegua. Es también creador de la marcha Bolívar el Coloso, Mi caballito loco (polca), El loco ratón (joropo venezolano), Farra karape (galopa), Mitzi (polca), Lucerito (chamamé), Ko'êju mimbi (guarania) y canciones religiosas.
Como un homenaje a su tierra, el arpista Alberto Romero compuso una polca para los aires que nunca olvidó viviendo lejos de su patria.
Memoria viva
Mario Rubén Álvarez
Poeta y periodista
alva@uhora.com