09 ago. 2025

Resucitaremos con nuestros propios cuerpos

Los saduceos, que no creían en la resurrección, se acercaron a Jesús para intentar ponerle en un aprieto. El Señor les reprocha no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, pues esta verdad estaba ya firmemente asentada en la Revelación. Isaías había profetizado: Las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán: unos para eterna vida, otros para vergüenza y confusión: y la madre de los Macabeos confortaba a sus hijos en el momento del martirio recordándoles que el Creador del universo (...) misericordiosamente os devolverá la vida si ahora la despreciáis por amor a sus santos lugares. Y para Job, esta misma verdad será el consuelo de sus días malos: Sé que mi Redentor vive, y que en el último día resucitaré del polvo (...); en mi propia carne contemplaré a Dios.

El Magisterio ha repetido en numerosas ocasiones que se trata de una resurrección del mismo cuerpo, el que tuvimos durante nuestro paso por la tierra, en esta carne «en que vivimos, subsistimos y nos movemos». Por eso, «las dos fórmulas de resurrección de los muertos y resurrección de la carne son expresiones complementarias de la misma tradición primitiva de la Iglesia», y deben seguirse usando los dos modos de expresarse.

Toda alma, después de la muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que, por toda la eternidad, estará en el Cielo, cerca de Dios, o en el infierno, lejos de Él. Nuestros cuerpos en el Cielo tendrán características diferentes, pero seguirán siendo cuerpos y ocuparán un lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y el de la Virgen. No sabemos dónde está, ni cómo se forma ese lugar: la tierra de ahora se habrá transfigurado. La recompensa de Dios redundará en el cuerpo glorioso haciéndolo inmortal, pues la caducidad es signo del pecado y la creación estuvo sometida a ella por culpa del pecado.

En ningún momento debemos olvidar hacia dónde nos encaminamos y el valor verdadero de las cosas que tanto nos preocupan. Nuestra meta es el Cielo; para estar con Cristo, con alma y cuerpo, nos creó Dios.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal).