02 may. 2024

Perspectiva

Un ratón, a un metro de distancia, aparenta más grande que un elefante a cien metros. Un dedo de un centímetro tapa el sol de 1.400.000 kilómetros de diámetro. Pero a nadie se le ocurre pensar que el ratón es más grande que el elefante, ni un dedo mayor que el sol.

El correcto uso de la perspectiva en el dibujo y la pintura permite al observador percibir que lo grande pero lejano, aunque representado en menor escala, no es en realidad más pequeño que lo chico pero cercano. Sin embargo, en el trajinar de nuestra vida cotidiana siempre existe la tendencia a priorizar lo más inmediato, y relegar aquello que está más distante en el tiempo, a pesar de que lo distante pueda ser de mayor trascendencia.

Es por esto por lo que distinguimos y celebramos a los líderes empresariales, políticos y diplomáticos que demuestran poseer perspectiva, que tienen la capacidad de distinguir en la distancia las cuestiones más significativas, aunque hoy parezcan de menor relevancia. Son estos los que logran celebrar contratos que serán ventajosos en el largo plazo y a negociar convenios que perdurarán en el tiempo.

En la actual polémica sobre la revisión del Anexo C del Tratado de Itaipú se está destinando mucha tinta, y saliva, a debatir cómo se ha de distribuir el excedente que resultará de la cancelación del saldo de las deudas de la binacional. El monto, unos 2.000 millones de dólares anuales, es grande. Y el hecho es inminente, por lo que sin duda es urgente acordar esta cuestión de manera equitativa y razonable con nuestro socio en el emprendimiento.

Pero mirando un poco más lejos, se divisan oscuros nubarrones energéticos en el horizonte que nos afectarán, y cuyo impacto en las oportunidades de desarrollo del país será de mayor envergadura que las posibles alternativas de distribución del excedente de Itaipú.

Proyecciones recientes pronostican que antes que finalice esta década, nuestros picos de consumo ya se estarán acercando a la mitad de la potencia que nos corresponde de las hidroeléctricas binacionales, y, a diferencia de nuestros vecinos, no tenemos muchas alternativas de generación para cubrir esos picos. Adicionalmente, también en esta década, se vislumbra que el creciente uso de vehículos eléctricos acelerará el incremento vegetativo de nuestro consumo.

La solución clásica para cubrir picos de demanda han sido las plantas a gas natural, económicas de construir y que se pueden arrancar y parar con facilidad según la demanda. En nuestro caso, sin embargo, implica un costoso gasoducto desde Bolivia, con dependencia de otro país, y un potencial riesgo de sabotaje terrorista. Además, en los próximos años podemos esperar una cada vez mayor resistencia global al uso de combustibles fósiles por su impacto climático, lo que dificultará obtener la financiación internacional.

La generación eólica y solar es intermitente, y no se puede garantizar su disponibilidad cuando es necesaria. Están también las posibles represas de Itá Corá y Corpus, pero dependen de la voluntad de nuestro vecino no solo para concretarse, sino, además, su compromiso de comprar toda la energía que no utilicemos. Será una negociación azarosa y asimétrica.

Quedan otras alternativas, como baterías o energía nuclear, pero el abanico de opciones se va cerrando. Cualquier solución de generación propia llevará años desde el preproyecto hasta la concreción. Y las manecillas del reloj avanzan imparables.

Es urgente tomar las decisiones políticas necesarias para definir nuestro rumbo energético. Razón por la cual requerimos de un liderazgo con mucha perspectiva, que no se deje encandilar por los millones de dólares actuales, soslayando la importancia de encontrar soluciones a los desafíos energéticos del futuro próximo.

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