Desde las primeras apariciones de Jesús resucitado, Simón Pedro andaría con unas ganas tremendas de poder estar a solas con el Señor y conversar con Él para explicarle lo sucedido y pedirle perdón.
Él sabía que Jesús le perdonaría porque lo había visto hacer muchas veces y porque, además, durante la Última Cena, ya le había anunciado lo que iba a pasar.
Sin embargo, todavía no se había producido ese momento y San Pedro estaría lleno de ansia.
Ahora, por fin, Jesús se toma en un aparte a Simón y mantienen el maravilloso diálogo que describe el Evangelio de hoy.
Jesús, con su particular pedagogía toma la delantera y le lanza una pregunta que luego repite otras dos veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. El Señor, con esa triple insistencia, le está recordando a Pedro su triple negación, pero lo hace de un modo que permite a Pedro reconocer la gravedad de su pecado y, a la vez, saberse amado por Dios.
No hay resquicio para echar nada en cara, ni para la amargura, ni para una posible pérdida de confianza.
Todo lo contrario: es un perdón que no solo cura la herida y limpia la mancha del pecado, sino que regenera, que fortalece, que da la Vida divina para que él pueda compartirla y ofrecerla a los demás.
Así es el perdón de Dios, del cual queremos participar, tanto recibiéndolo como ofreciéndolo a los demás.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-feria-vi-septima-semana-pascua/)