“Jamás Dios ha negado ni denegará nada a los que piden sus gracias debidamente. La oración es el gran recurso que nos queda para salir del pecado, para perseverar en la gracia, para mover el corazón de Dios y atraer sobre nosotros toda suerte de bendiciones del cielo, ya para el alma, o por lo que se refiere a nuestras necesidades temporales”.
La confianza nos mueve a pedir con constancia, con perseverancia, sin cejar, insistiendo una y otra vez, con la seguridad de que recibiremos mucho más y mejor de lo que hemos pedido.
Debemos insistir como el amigo importuno a quien le faltaba pan y como la viuda indefensa que clamaba noche y día ante el juez inicuo.
Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abrirá. La misma perseverancia en la petición aumenta la confianza y la amistad con Dios.
“Y esta amistad que produce el ruego abre camino para una súplica más confiada aún (...), como si, introducidos en la intimidad divina por el primer ruego, pudiésemos implorar con mucha más confianza la siguiente vez. Por eso, en la petición dirigida a Dios, la constancia, la insistencia, nunca es inoportuna. Al contrario, agrada a Dios”.
Esta mujer cananea es un ejemplo, que debemos imitar, de constancia, aunque aparentemente el Señor no la escuchaba.
Al Señor le es muy grato que le solicitemos gracias y ayudas para los demás, y que encarguemos a otras personas que recen por nosotros y por nuestro apostolado.
(Del libro Hablar con Dios).