09 oct. 2025

Ocho años en una semana

Por Bruno Vaccotti.
Columnista invitado.

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Bitcoin tiene una oferta limitada a 21 millones de unidades.

Gentileza.

A Bitcoin le tomó ocho años superar por primera vez la barrera de los 16.000 dólares. Fue un recorrido lleno de dudas, volatilidad, titulares que lo daban por muerto y centenares de “eruditos” de la economía que vaticinaban una caída rápida y dolorosa.

Esta semana, el llamado “oro digital” aumentó su valor en esa misma cantidad que antes le llevó casi una década alcanzar:

16.000 dólares en apenas siete días. El contraste deja en evidencia una realidad ineludible: la madurez de su adopción y el reconocimiento global de su escasez.

A diferencia de las monedas tradicionales, Bitcoin tiene una oferta limitada a 21 millones de unidades. Esa característica, junto con parte de la tecnología que lo respalda, la blockchain, convierte su política monetaria en la más predecible del mundo. En un escenario donde los bancos centrales siguen expandiendo la base monetaria y la inflación erosiona el poder adquisitivo, Bitcoin representa lo opuesto: un activo deflacionario basado en reglas, no en decisiones arbitrarias de terceros.

Su transparencia es tal que se ha convertido en la primera infraestructura pública de pagos de la historia de la humanidad: abierta, verificable, inmutable e inalterable durante más de 16 años. Ninguna otra red financiera en el planeta puede afirmar lo mismo.

La diferencia entre los picos históricos no está solo en el precio, sino en quiénes participan del juego. Fondos institucionales, bancos tradicionales y hasta gobiernos comienzan a incluir Bitcoin en sus reservas o servicios. El lanzamiento de fondos cotizados en mercados regulados y su integración en plataformas de pago masivo aceleraron un proceso que antes avanzaba a paso de tortuga.

Durante años, este “dinero mágico de internet” fue retratado como una excentricidad de nerds y especuladores. Esa narrativa, sin embargo, se derrumba ante la evidencia de su adopción global. Los productos financieros tradicionales ya no pueden ignorarlo y, en su intento de domesticarlo, buscan reducirlo a una sola función: ser reserva de valor. Pero Bitcoin es mucho más que eso: puede operar como medio de intercambio y unidad de cuenta, algo que el sistema financiero aún no logra asimilar.

Su reciente aumento no es solo un reflejo de entusiasmo: es una señal de escasez percibida y de confianza en una red que, pese a las crisis, prohibiciones y ciclos bajistas, nunca se detuvo ni fue vulnerada.

Ocho años para llegar a los 16.000. Una semana para subir lo mismo.

La diferencia no está en la velocidad del precio, sino en la velocidad con la que el mundo comprendió que la verdadera rareza del siglo XXI no es el oro ni el petróleo: es la confianza.

A medida que particulares, empresas y gobiernos entiendan lo que está ocurriendo, Bitcoin dejará de ser una opción de inversión para convertirse en una estrategia de supervivencia.

La urgencia está en educar a la mayor cantidad de personas posible en esta nueva economía digital, antes de que la próxima crisis deje de llamarse “crisis” y empiece a llamarse simplemente normalidad.

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