La influencia occidental en África sigue siendo indudable: Francia mantiene una considerable presencia en los países que formaron las viejas África occidental francesa y África Ecuatorial francesa, y la Unión Europea ha incrementado la ayuda militar a los países del Sahel (Chad, Níger, Mali, Níger, Burkina Fasso y Mauritania), con más de cien millones de euros, y ha conseguido que Arabia contribuya con otros cien millones.
Desde 2014, con la “migración ilegal” y la “seguridad” en el centro de sus preocupaciones, la Unión Europea aportará, en seis años, cuatro mil millones de euros.
Francia, vieja metrópolis, tiene unidades militares destacadas en Chad, Burkina Fasso, Níger y Costa de Marfil, entre otros países de la zona y Hollande intervino militarmente en Mali en 2013, con la excusa de hacer frente al terrorismo y para “defender a ciudadanos franceses”, aunque detrás estaban los intereses de la multinacional francesa de energía nuclear Areva, denominada ahora Orano.
En 2018, París tiene cuatro mil militares destinados en Mali.
A su vez, Rusia, que perdió la influencia de los años soviéticos, ha iniciado una discreta colaboración económica con empresas mineras en Nigeria, Angola, Namibia y Sudáfrica, además de proyectos agrícolas en Namibia.
También el nuevo presidente de Zimbabwe (Emmerson Mnangagwa, que sustituyó a finales de 2017 a Robert Mugabe, forzado a dimitir por el ejército), se ha mostrado cercano a Moscú, con quien quiere mantener la colaboración en seguridad y defensa.
En Egipto, Rusia ha firmado además la construcción de una central nuclear en Al Dabaa, en el mayor contrato de la reciente historia rusa, que será la más moderna y con mayor capacidad de África.
Además, en 2017, consiguió iniciar la cooperación con Sudán en la energía atómica de uso civil, y Jartum y Moscú firmaron un acuerdo, a finales de año, para construir una central nuclear; pero el papel desempeñado por Rusia es todavía secundario en África. Prevalece Occidente.