Estas zonas vírgenes restantes se distribuyen de manera desigual y se encuentran, principalmente, en el Ártico, la Antártida o en remotas zonas insulares del Pacífico, explicaron los científicos de la Universidad de Queensland en Australia.
“Nos sorprendió lo poco que queda de naturaleza marina. El océano es inmenso y cubre más del 70% de nuestro planeta, pero hemos afectado significativamente a casi todo este vasto ecosistema”, subrayó Kendall Jones, la autora principal.
Los investigadores apuntaron que las áreas vírgenes prístinas poseen niveles masivos de biodiversidad y especies endémicas, que son algunos de los últimos lugares de la Tierra donde aún se encuentran grandes poblaciones de superdepredadores.
En el nuevo análisis, la investigadora Jones y sus colegas utilizaron los datos globales más completos disponibles para 19 factores humanos, incluyendo los envíos comerciales, la escorrentía de fertilizantes y sedimentos; y varios tipos de pesca en el océano con su impacto acumulativo.
Con el fin de capturar las diferencias en la influencia humana por regiones oceánicas, los investigadores repitieron su análisis dentro de cada una de las 16 que existen.
Encontraron una gran variación en el grado de los impactos humanos. Por ejemplo, más de 16 millones de kilómetros cuadrados permanecen vírgenes en la región del océano Indo-Pacífico, representando el 8,6 por ciento del océano.
Por contra, en la zona templada del sur de África, únicamente quedan menos de 2.000 kilómetros cuadrados de aguas marinas sin huella humana, es decir, menos del 1% de esa región.
El estudio también demuestra que menos del 5% de las zonas vírgenes marinas está actualmente protegidas.
“Esto significa que la gran mayoría de las áreas silvestres marinas podrían perderse en cualquier momento, ya que las mejoras en la tecnología nos permiten pescar más profundamente y enviar embarcaciones más lejos que nunca”, lamentó Jones.
Los hallazgos, según los autores, destacan una necesidad urgente de acción para proteger lo que queda del desierto marino, lo cual requiere un esfuerzo de acuerdos ambientales internacionales para reconocer el valor único de la vida silvestre marina.