Nicanor y Lino Oviedo
-y viceversa avei-
siguen armando bolonqui,
peikóiti peguilili.
¿Todavía pio no aceptan
que hubo un 20 de abril
donde perdieron con votos
multiplicados por mil?
¿Todavía no aprendieron
que la gente, ya, por fin,
de una vez y para siempre,
ikuerái pendehegui?
Si la justicia no fuese
rastrera, sucia y servil,
se llamarían, al menos
por vergüenza, a un kirirî.
Tendrían que agradecer
que andan sueltos por ahí
cuando hace tiempo debían
en Tacumbú residir.
Esto va no solamente
por la konspiracion?i
que con otros gatos locos
maúllan contra el país,
sino por otras razones
que no pueden rebatir,
aunque sartas de improperios
se pongan a proferir.
Uno por lo acumulado
sin cuenta alguna rendir
sobre el enriquecimiento
ilícito en su cuadril.
Otro también por lo mismo,
y muerte a pleno candil,
a plena plaza y con madres
que no paran de sufrir.
Pero no tienen remedio
y aún dicen “Amo al país”,
cuando que ambos lo dejaron
cual si fuese un cuchitril.
Políticos anacrónicos,
que no saben persuadir,
porque tan sólo aprendieron
a mentir y a pervertir.
Dos seres espeluznantes,
que lindan con delinquir,
y, por lo visto, no tienen
quién los pueda corregir.