En pleno Viernes Santo, como para que la situación adquiriera casi visos de crucifixión, fueron rechazados en el aeropuerto madrileño de Barajas. Fue un doble golpe bajo: ya su país los había expulsado por no poder darles trabajo y el que podría recibirlos –España– les cerraba las puertas.
Con esa humillación sobre los hombros se vieron obligados a volver con las esperanzas destrozadas, con el llanto a flor de ojos y con una sensación de fracaso imposible de reducir a las palabras. Sin saber qué explicación dar a lo que les parece inexplicable, volvieron no como se fueron, sino peor que antes.
Ahora no solo llevan en el espíritu el dolor de lo que consideran una injusticia –querer trabajar honestamente y no encontrar sobre la tierra un lugar para hacerlo–, sino la angustia de lo que pasará con sus vidas.
Los que partieron con la ilusión de hallar un empleo, ganar dinero y pagar las deudas contraídas antes de marcharse, volvieron con una mano delante y otra detrás, con la responsabilidad de tener que honrar los compromisos asumidos antes de emprender el viaje.
Ese país empujado a emigrar es el resultado de años de ausencia de políticas para generar ocupación y retener a los ciudadanos en su propia tierra. Muchos campesinos sin tierra y sin pan son arrojados a los cinturones urbanos de la pobreza para vivir en condiciones infrahumanas. Otros se ven ante la coyuntura ineludible de marcharse de su patria para no delinquir o suicidarse. Así de dramática es la historia del presente.
Mientras tanto, el presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, está embarcado en campañas proselitistas que ignoran el hambre y la miseria de miles de compatriotas.
No importa ni en lo más mínimo la desgracia de quienes se exponen a ser degradados en su condición humana en los aeropuertos. ¡El Gobierno ni siquiera ha sido capaz de acordar el nombre de un embajador que, al menos teóricamente, defienda los intereses de los paraguayos en España!
El resentimiento y la amargura de los que estuvieron retenidos más de 30 horas en el aeropuerto de Barajas antes de ser expulsados no pueden ser medidos por la limitación de los vocablos. Solo ellos que padecieron el calvario de una extrema forma de desprecio a la dignidad personal son capaces de retratar el desamparo y la incertidumbre a los que fueron sometidos.
Ya es hora de decir basta a los gobernantes que desatienden a su pueblo y los exponen a vejámenes horrendos. Es ya el tiempo de arrojar del poder a los soberbios que se burlan de los humildes dejando que el mundo convierta en espectáculo mediático su tragedia.