Una novedad que sorprende a Nuestra Señora en el momento de la Anunciación (cfr. Lucas 1,29) y que causa asombro en San José, como vemos en el Evangelio de la Misa de hoy.
La Virgen ha nacido para cumplir las promesas de Dios a su pueblo: «Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros» (v. 23). Pero estas promesas se cumplen de un modo inesperado, porque Ella concibe conservando el don de la virginidad. El Espíritu Santo hace algo grandioso en la vida de santa María, la convierte en Madre de Dios, y así se vuelve en señal de esperanza no solo para el pueblo de Israel sino para todos los hombres.
La vida de la Virgen es un gran don para la humanidad. Nos habla de cómo el Señor responde a nuestros anhelos más profundos, y al mismo tiempo los sitúa en un horizonte nuevo. Grande sería la alegría de san José cuando el ángel le dijo que recibiera a Nuestra Señora: era algo que de seguro él deseaba con todo el corazón, pero a lo que estaba dispuesto a renunciar, porque pensaba que así se ajustaría más al plan de Dios (v. 18-19). Sin embargo, san José recibió algo aún más grande de lo que soñaba, porque su matrimonio con santa María entró a formar parte de los planes de la Salvación. Se embarcó en una aventura divina, en la que, junto con muchas alegrías, no faltaron los obstáculos: el nacimiento en un portal, la persecución de Herodes, el tener que recomenzar su trabajo en lugares distinto.
Como san José, también nosotros estamos llamados a dejar entrar a la Virgen en nuestras vidas, y a abrirnos a una nueva esperanza, que supera nuestros sueños y no defrauda.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-natividad-virgen-maria-8-setiembre/).