19 abr. 2024

Nacimos para vivir para siempre

Hoy meditamos el Evangelio según San Marcos 5:1-43.

El Evangelio de hoy cuenta dos milagros de Jesucristo. Como ocurre alguna vez, san Marcos intercala un relato en otro. Mientras Jesús está de camino hacia la casa de Jairo que le pidió la curación de su hija, una mujer enferma desde hace 12 años, de una enfermedad relacionada con una impureza ritual (cf. Lv. 15,25), toca su vestido con el deseo de ser curada. Cuando Jesús preguntó quién le había tocado, “se postró ante él” (v. 33). Manifestó así su fe en el poder de Cristo y confianza en su amor.

“Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia” (v. 34). Esa afirmación del Señor manifiesta que el milagro exigía fe: un milagro no es algo mecánico. Pero hay más: la curación física está relacionada con otra curación espiritual, que da la gracia de Dios a quien se abre a Jesús con fe. El Señor dice a la mujer: “Hija, tu fe te ha salvado” (Mc. 5, 34).

Jesús sigue después su camino hacia la casa de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Este también se había postrado ante él y le había suplicado (cf. v. 22-23). Pero he aquí que parece que ahora es demasiado tarde: “Todavía estaba él hablando, cuando llegan desde la casa del jefe de la sinagoga, diciendo: ‘Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas ya al Maestro?’” (v. 35).

Jesús sigue adelante, con Pedro, Santiago y Juan, que fueron los primeros discípulos llamados, quizá los más conocidos como tales por todos. Son los que serán testigos de su transfiguración también, quizá porque Jesús quería confortar en la fe a esos tres que, en jardín de los Olivos, no sabrán acompañarle en su agonía, quedándose dormidos.

“Llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y ve el alboroto y a los que lloraban y a las plañideras. Y al entrar, les dice: ‘¿Por qué alborotáis y estáis llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme. Y se burlaban de él’” (v. 38-40).

El episodio nos invita a entender que hay dos sentidos de la palabra “vida”. La verdadera vida no es la de quien meramente respira, es la vida en Dios. Cristo se refiere a esta, mientras que los que se burlan de él han constatado que la niña ha muerto. El Señor resucita a la niña: “Pero él, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a la madre de la niña y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: ‘Talitha qum’ (que significa: ‘Niña, a ti te digo, levántate’. Y enseguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y quedaron llenos de asombro” (v. 40-42).

Las palabras en arameo no son una fórmula mágica, sino que san Marcos expresa con ellas la autenticidad de su relato. Jesús es la resurrección, y también la vida. El relato de Marcos puede significar que Jesús reanima a la niña como ocurrirá con Lázaro: una resurrección para una vida mortal. Pero la resurrección final, cuando vuelva el Señor el último día, será una resurrección para la vida eterna.

En ese sentido se podría leer la afirmación de que “la niña se levantó” (v. 42) como una promesa de vida eterna, ya que su padre había pedido al Señor: “Que se salve y viva”.

De hecho, el aleluya de la misa da una clave de lectura que invita a esa fe en la vida eterna: “Nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte, e hizo brillar la vida por medio del Evangelio” (cf. 2 Tm. 1, 10). Cristo ha revelado la vida y la inmortalidad, dice san Pablo, quien recuerda después a Timoteo que el Espíritu Santo habita en ellos.

Dios nos ha creado para que subsistiéramos, hemos escuchado en la primera lectura (cf. Sb. 1, 13). El Credo de la Iglesia reza que el Espíritu Santo es dador de vida: actúa en el tiempo de la Iglesia mediante los sacramentos y en nuestras almas. El bautismo nos da la vida de gracia, es el gran don de Dios a la humanidad. Nos hace revivir (cf. Sal 30[29]) para un encuentro personal con Jesús. Estamos invitados a valorar mucho esa nueva creación que es la vida de la gracia, la adopción filial (cf. Oración colecta).

Los dos milagros del Señor se pueden contemplar como una invitación a avivar la esperanza del cielo. “Hazlo todo con desinterés, por puro amor, como si no hubiera premio ni castigo. Pero fomenta en tu corazón la gloriosa esperanza del cielo”.

Por eso, valoramos mucho la gracia que nos viene por los sacramentos: de modo habitual, mediante la confesión sacramental y la eucaristía. … En Jesucristo, lo humano y lo divino se entrelazan para siempre en el amor.

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-domingo-decimotercera-semana-tiempo-ordinario-ciclo-b/)

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