Son cerca de las 14:30 y el tiempo está nublado. En el predio del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y del Ambiente (Ineram) hay un ambiente de tensión. Es la hora del reporte médico sobre el estado de los pacientes con Covid-19 que permanecen en las unidades de terapia.
En el hospital, la lucha de resistencia es tanto dentro de las salas como en el exterior. Afuera del área de contingencia, bajo los frondosos árboles de mango, acampan en precarias carpas los familiares, quienes empiezan a acercarse al portón principal donde serán llamados. Avanzan con ansiedad. Sus rostros reflejan preocupación. Esperan que esta vez el informe sea más alentador que cuando quedaron internados.
En medio de estas personas también se dirige hacia el portón un individuo de cuatro patas, con el pelaje color negro y marrón predominante, y manchas blancas. Un perro que pareciera aún bastante joven. Marca presencia como el resto. Como si él también aguardara por algún familiar.
“Pareciera que espera que alguien salga por donde él lo vio entrar por última vez”, relata Emilio Ruiz, familiar de un paciente y quien asumió el papel de tutor principal del perro.
PERMANENCIA
Todos los integrantes del albergue –que llevan en promedio en el lugar un mes como máximo– lo conocen, pero nadie sabe cómo apareció, pues ya estaba en el lugar cuando llegaron. La mayoría le ha tomado afecto, pues se muestra bastante cariñoso, juguetón y hasta es una contención en los momentos más críticos.
Emilio estima que vino detrás de alguien y se olvidaron de él al salir de alta. O tal vez falleció el familiar. Hasta ahora nadie se acercó a reclamar por el animal.
“Se nota que era un perro que tenía familia. Siempre me gustó su actitud porque es muy cariñoso y lo que más me llamó la atención es que siempre supo el horario de los reportes, como si fuese que le espera a alguien allí. Hasta a veces parece que llora”, comenta.
“Yo vivo por acá cerca y una vez ya lo llevé a casa. Se adaptó muy bien, tengo una perrita y se llevaban bien. Luego volví al hospital y le dejé, pero a la hora del reporte ya lo veo sentado nuevamente cerca del portón”, relata.
MILANESO
En el albergue lo bautizaron con el nombre de “Milaneso” porque la milanesa es la única comida, además del balanceado, que acepta como invitación. “La gente le daba arroz, pan, fideo y no comía. Hasta que después probó la milanesa y fue lo único que aceptó. Él no es como los otros perros, le pasás la comida y es suave, no es hambriento”, describe Ruiz.
Mientras Emilio cuenta su historia acaricia a Milaneso y este empieza a dar pequeños alaridos. “Viste, parece que por poco no va a hablar”, exclama el hombre.
Al igual que los demás familiares, Milaneso también tiene su carpa. Un cámping exclusivo para él, que dejó otra persona al salir del hospital y conoció al perro.
Ruiz, quien permanece en el Ineram desde hace un mes con el padre internado, señala que cuando salgan de alta intentará volver a llevarlo a su casa para que pueda tener un hogar digno.
FIDELIDAD
En el predio también aparecen varios perros callejeros, pero los familiares aseguran que no son constantes como Milaneso, que tiene una actitud especial.
Su historia, para muchos de los que lo conocen, es similar a la del famoso perro Hachiko, quien por años siguió esperando en la estación de tren de Shibuya, Japón, a su dueño que nunca regresó, pues había fallecido. En este caso, Milaneso permanece fielmente, como montando guardia, frente al portón del Ineram. Como si él también esperara a un ser querido, a alguien que ya no está allí.
“Sienten la ausencia de sus dueños”
El doctor veterinario Raúl Tuma explica que los perros son grandes contenedores en todas las circunstancias de la vida y también sufren la ausencia de su ser querido.
“Así como tienen el relacionamiento con los humanos, también notan la ausencia de sus dueños. Cuando se acostumbran a que la persona salga de mañana y vuelva de noche, o a que en cierto horario le den el alimento. Cuando eso ya no pasa, cuando ya no están hace que el animal empiece a tener una actitud diferente, a estar cabizbajo, desanimado”, señala.
Agrega que hay muchos ejemplos de que el animal tiene mucho sentimiento: “Como el perro que le esperaba a su dueño en la estación del tren, o el que se pone bajo el ataúd y no quiere salir más o ante un fallecimiento está con el aullido que es bastante lastimero. Hay perros que cuando no están sus dueños no comen por días, o se dejan morir”. Para el caso de los perros que quedan totalmente huérfanos, el veterinario recomienda buscar la adopción primero en el entorno familiar, que reciba los mismos cuidados de siempre, o de lo contrario, dar a una persona responsable.
Se nota que era un perro que tenía familia. Siempre me gustó su actitud y lo que más me llamó la atención es que sabe el horario de los reportes, como si fuese que le espera a alguien allí. Hasta a veces parece que llora.
Emilio Ruiz, familiar de paciente en Ineram y tutor de Milaneso.