Por Horacio Fernández Estigarribia (*)
La vida física del mariscal José Félix Estigarribia terminó su ciclo vital en forma abrupta el 7 de setiembre de 1940. Abrazado a la compañera de su vida, Julia Miranda Cueto, y con el mayor Carmelo Peralta, fueron víctimas de un accidente, según la historia oficial. Fue un magnicidio afirmamos sus descendientes, cuyas razones y detalles se sabrán al cumplirse 20 años de la muerte de su hija, sor Graciela Estigarribia, acaecida en su convento en diciembre de 1996.
Ese fue su pedido, instrumentado en actas notariales y el que escribe estas líneas, el destinatario obligado a cumplir su mandato.
¿Podemos limitarnos al recordar la tragedia al relato de los pormenores? ¿Sería pertinente rememorar solamente el dolor, las lágrimas y el luto que invadieron a su pueblo? ¿O sus exequias que movilizaron al país como nunca hasta nuestros días?.
Creemos que no. Estigarribia nos dejó un legado que supera la muerte, por lacerante que sea la misma.
El drama de su existencia truncada a los 52 años nos ofrece el consuelo de su paso a la inmortalidad por perspectiva que la misma tiene como secuela.
Consideramos que al Mariscal de las victorias hay que recordarlo hasta las vísperas de su deceso. La patria necesita abrevar de su gloria, heroísmo y grandeza. Lo que aconteció en ese “Monte de los Olivos paraguayo” es algo inconcluso, por los hechos no conocidos y las interpretaciones que se harán cuando se cumplan los tiempos.
Más allá de que ya no lloramos porque se agotó el caudal del llanto, y porque tantas lágrimas vertidas quemaron para siempre los ojos de sor Graciela, el héroe merece mucho más que una crónica o el relato de lo que no debió pasar jamás.
A DESTIEMPO. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, dice el bíblico Eclesiastés. Pero aquel día no era la ocasión en que debía partir el prócer. Tenía tanto que dar y hacer, aunque había realizado mucho más que todos los grandes de la patria, ninguna filosofía o interpretación religiosa o casuística podrá hacernos creer que su deceso haya podido servir para un fin. Ningún biógrafo puede afirmar que su derrotero estaba completo y colmado.
Sin embargo, logró tanto para la nación, que su legado, el más grande y digno de nuestra historia, supera a los heraldos negros de su finitud corpórea.
</br>
<img src="http://www.ultimahora.com/adjuntos/imagenes/000/346/0000346682.jpg” width="300" style="float: left; padding:5px; background:#CC0000; margin-right: 5px;" />
</br>
Estigarribia ha incorporado su nombre en la historia nacional, como la figura central de la misma, como el hombre que rectifica un pasado de tragedias, conduciendo a su pueblo la gloria otra vez aunada a la victoria. Como en la era antigua puede decirse con justicia que el Paraguay es la patria de Estigarribia.
UNIDO AL PARAGUAY. Su nombre está indisolublemente unido al destino nacional, y su figura se agiganta con el transcurso del tiempo. Creyó cuando todos dudaban y dio al país la más grande lección de optimismo y confianza en sus propias fuerzas. Cerró una serie de catástrofes y derrotas que hicieron prender el escepticismo en el alma de los hijos de esta tierra. Él abre con su nombre una etapa nueva de la vida paraguaya. Es el capítulo inicial del gran libro que sus compatriotas están dispuestos a escribir. Es el paladín excelso elegido por las nuevas generaciones para realizar la gesta por un Paraguay grande, digno, libre y unido para siempre a la victoria.
Estigarribia era un gran hombre de verdad. No era una bandera mentirosa o el portavoz de proclamas delirantes. Fue un genio militar. El genio carece de lógica y reglas, escapa a las ponderaciones. Es un don. Lo fundamental es el propósito de los elegidos. El gran conductor brindó a su patria todos los fulgores y destellos de su mente privilegiada.
Un país debe aspirar a dar figuras universales. Una nación es un afluente de la vida universal. Solo son grandes aquellas que producen arquetipos que honran al género humano; hazañas que ennoblecen y obras que dignifican a la especie. Estigarribia es el arquetipo del Paraguay. Sus glorias y triunfos, más valoradas en otras naciones que en la nuestra, engrandecen al Paraguay.
En la última proclama de Estigarribia, al terminar la guerra del Chaco, un párrafo de la misma expresa: “Si un pueblo debe ser grande por la inteligencia, el valor y el sacrificio de sus hijos, digo que el nuestro está llamado a los más altos y nobles destinos”.
Esa fe del héroe es nuestro compromiso con él y con la patria soñada e inmortal.
_____
(*)Nieto del Mariscal José Félix Estigarribia