24 abr. 2024

Marito y el desafío de romper su apática y cómoda supervivencia

Estela Ruíz Díaz - @Estelaruizdiaz

Definitivamente el 2019, que expira en dos días más, fue un año horrible para Mario Abdo Benítez y por ende para el país. El destino de un presidente está atado irremediablemente al destino de su pueblo. No solamente porque la naturaleza se ensañó vestida de sequía, inundaciones e incendios con duros golpes para la agricultura y la ganadería, principales actividades económicas del país, sino también por la recesión económica que afectó al sector comercial. A los factores climáticos se sumaron crisis en Brasil y Argentina, además de un complejo contexto mundial. La tormenta perfecta, bautizaron los economistas.

Como si fuera poco, sorteó un juicio político que lo dejó al borde de la destitución, un estigma difícil de borrar por el resto de su mandato cuya finalización muchos ponen en duda. Aquel 1 de agosto aparecía ante un país desconcertado para contar que su adversario Horacio Cartes, quien le había puesto las manos al cuello la noche anterior, aflojaba la presión luego de hacerle entender que lo tenía entre sus manos. Fue salvado por la campana.

Fue la mayor crisis de su Gobierno que barrió con todos los que estuvieron involucrados en el escándalo del acta secreta de Itaipú. Un tsunami que no vio venir y sorteó gracias a la pericia de muchos que lo rodean y el apoyo clave de Estados Unidos y Brasil, dos países al que debe su permanencia en el poder. Un escándalo que no solo lo hirió de muerte sino dejó fuera de juego a dos dirigentes que pretendían heredar la candidatura presidencial: Luis Castiglioni y el vicepresidente de la República. El affaire anuló a Hugo Velázquez, quien desde entonces vive en semiexilio, sin posibilidad de levantar vuelo luego de la peor sentencia que puede recibir un político: La traición a la patria. Un episodio que le costará borrar si aún pretende disputar la carrera presidencial. Por ahora, se mueve en su natural estanque: La Cámara de Diputados.

PRESIONES EXTERNAS, VICTORIAS INTERNAS. Abdo Benítez fue desde la campaña interna colorada una ficha de Estados Unidos, sin los elegantes disimulos diplomáticos. El apoyo internacional sigue siendo clave para sostenerse en el poder ante su frágil gobernabilidad.

Desde el inicio de su gestión dio especial énfasis a la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. Este año cerró con la promulgación de un paquete de leyes contra el lavado de dinero, logros que le dan reconocimiento internacional.

La Justicia, la peor de todas, intenta hacer buena letra y se animó a tocar la oreja de intocables como la familia González Daher, el diputado Ulises Quintana, presos por lavado de dinero y narcotráfico, respectivamente. Pero aún no puede doblegar el poder del clan Zacarías Irún ni del diputado Cuevas, o Tomás Rivas, figuras emblemáticas de la corrupción política. Son señales insuficientes, que ante la exasperante impunidad son bocanadas de oxígeno que despiertan discretas esperanzas.

Vale apuntar que estos casos tienen también vinculación con una fuerte presión internacional. Fue clave la decisión norteamericana de retirar la visa de por vida al ex senador Óscar González Daher y al ex fiscal general del Estado, Javier Díaz Verón y sus familiares. El sheriff del mundo castigaba a quienes aquí aún pueden sortear sus condenas gracias a la protección política y la venalidad fiscal/judicial.

NEUTRALIZANDO A CARTES. A raíz de los acontecimientos se puede afirmar que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, es uno de los soportes de Marito. Lo salvó del juicio político al anular el polémico acuerdo ANDE/Eletrobras. Brasil borró un acuerdo que le beneficiaba ampliamente, un paso inexplicable en el mundo diplomático que solo se entiende en clave política. La otra señal la dio la Justicia brasileña deteniendo a Darío Messer, cuyo efecto colateral impactaba directamente en Cartes, que luego fue acusado por proteger a su amigo del alma. Una operación con guiño de EEUU. Hoy Messer es para Cartes la piedra del ahogado. La orden de detención del ex presidente (levantada posteriormente) tuvo un efecto neutralizante del principal elemento desestabilizador del Gobierno. Fue un estate quieto repentino para el poderoso empresario que sigue manejando la política gracias a su poderosa billetera y una bancada disciplinada. Mientras tanto, Marito se mostraba exultante con el presidente de Estados Unidos en un indisimulado cuadro cuyo mensaje aclaraba de qué lado está Donald Trump. La visa otorgada al alumno aplicado, con mucho aún por demostrar, pero que merecía un trofeo en la misma Casa Blanca.

Su adversario más poderoso hoy está maniatado por obra y gracia del Brasil y es poco probable que apueste fuerte en el escenario político por estar más preocupado por su prisión antes que por elecciones que no le reditúen blindaje alguno. La oposición en el Congreso está atomizada con profundas diferencias, que además tiene un sector que se mueve con prebendas que le facilitan la gobernabilidad sin demasiados contratiempos.

Por de pronto, Marito respira no porque haya logrado desactivar los peligros por acción propia, capacidad de negociación o astucias personales sino por la indisimulada sustentación externa.

2020. Mario Abdo sobrevivió a una crisis política que casi lo tumbó a un año de su gestión, pero sigue sin despabilarse para desempeñar con autoridad y convicción el más alto poder de la República. No porque no ejerce un liderazgo fuerte, autocrático o vertical como se idolatra en el país. Sino porque su estilo está vinculado más a la debilidad, la indolencia o la imposibilidad para marcar la hoja de ruta clara a su díscola bancada en un Congreso atomizado y corrupto. Se dice que el verdadero liderazgo es horizontal porque da espacio a otras ideas, lo cual sería importante para resignificar la política en un país profundamente autoritario. Pero si no marca una agenda clara puede evidenciar desorden, indisciplina, desvíos de rumbos, en medio de una preocupante dispersión del poder que continúa intacto.

El 2020 es el último año que le queda para encuadrar mejor sus metas y apretar el acelerador porque el resto del mandato la agenda electoral engullirá la gestión gubernamental.

Hay cientos de proyectos en un país que requiere reconstrucción casi total, pero si no logra al menos un pacto político/judicial para no retroceder en el castigo de los delincuentes más emblemáticos, sentar las bases para una transformación real de la educación, y no acuerda un amplio contrato social para renegociar Itaipú sin sospechas de entrega de soberanía, su sobrevivencia política habrá valido la pena.

Está a tiempo de decidir si quiere ser un presidente que mire más allá del acotado campo de su partido, que busca dejar un legado patriótico a pesar de sus orígenes, o ser apenas un sobreviviente, que como un zombi deambula en su Palacio saturado de corrompidos y mediocres adulones, sin determinación, manipulado por las élites corruptas, mezquinas en insensibles que hace tiempo se apoderaron de la República.

¡Feliz Año Nuevo!

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