Por Susana Oviedo
soviedo@uhora.com.py
Cuando el policía de la morgue judicial, ubicada detrás del Hospital de Clínicas, tomó uno de sus pies para colocarle el rótulo identificatorio, Luis Cardozo (34) volvió en sí. De inmediato, el policía, una religiosa y un sacerdote que habían llegado para orar por los muertos lo condujeron hasta el hospital para la reanimación.
“Estuve 15 días en terapia intensiva, y otros 15 más bajo observación”, cuenta este hombre que formaba parte de la Sección Carnicería del Supermercado Ycuá Bolaños V-Botánico.
Trozos de vidrio le habían perforado el ojo izquierdo -requirió una cirugía- y sus pulmones quedaron severamente dañados por el humo tóxico que aspiró.
No tuvo quemaduras, porque había logrado alcanzar la puerta de recepción de personal, abajo, a metros de la rampa. Una puerta eléctrica que quedó trabada.
La noche antes de ese 1 de agosto, Luis y la mayoría de los 12 carniceros que trabajaban en el supermercado estuvieron celebrando el Día de la Amistad, “en una panchería cercana”.
“Estuvimos guitarreando y bebiendo hasta las 3 de la mañana. ¿Quién iba a pensar que varios morirían?”, recuerda. Y también rememora que, ese sábado, más de uno de sus colegas se habían accidentado cortándose unos con el cuchillo; otros con la sierra, “como un mal presagio”, dice.
En la mañana del domingo, algunos no se presentaron a trabajar.
“En la mañana del 1 de agosto, estuvimos 7 en la carnicería. Había muchísima gente. A eso de las 10.30, dos compañeros salieron: uno fue al baño; otro a jugar quiniela. Entonces, tuve que dejar de embalar, y salí a despachar. Como a las 10.45 vi que el cielo raso del salón empezó a romperse y un fuego venía como remolino. Quedé helado, no pude moverme por unos instantes. Después, pegué la vuelta, y empecé a correr. Al avanzar, golpeé el vidrio a los otros compañeros para avisarles: ¡hay un incendio, salgan!”, relata.
DESESPERACIÓN. En el stand de pollos, empujó hacia adelante a las mujeres y los hombres que atendían allí.
“Bajé la escalera que dirige hacia el acceso de personal. Encontré una manguera contra incendios, abrí la llave, pero no salió una sola gota de agua.” Subió de nuevo la escalera para rescatar a una compañera. Era Liliana Soledad Patiño (26), de la parte de Verdulería. Ella estaba embarazada de 8 meses y pronto cayó desvanecida.
La ayudó a alcanzar el corredor de acceso del personal. En ese lugar había una mampara de blíndex, que pensó serviría de escudo. Sin embargo, el cristal se rompió e hirió a Luis en el ojo izquierdo. Hasta donde llegó él y condujo a Liliana, había una puerta, pero estaba trabada y, como funcionaba eléctricamente, no pudieron abrirla.
Lo último que recuerda Luis es lo que vio cuando volvió a subir para buscar a Liliana: “el patio de comidas estaba quemándose todo”. Al regresar abajo, antes de caer desmayado, se arrodilló y se entregó a Dios.
MÁS TARDE. Cuatro horas más tarde, hallaron a Luis entre siete cadáveres. “Dicen que me alzaron en una patrullera y me condujeron hasta la morgue judicial, detrás del Hospital de Clínicas. Allí me colocaron sobre una mesa, como a los otros cuerpos. Según me contaron luego una religiosa y un sacerdote que estuvieron allí, cuando un policía me tocó el pie para colocarme un rótulo identificatorio, me moví, reaccioné", dice. Luis volvió a nacer.
Los otros cuatro compañeros que esa mañana estaban en la carnicería en el momento de desatarse el incendio no se salvaron.
“Cuando estuve en el hospital, fue muy duro para mí, cuando sus viudas me visitaron y cada una de ellas me preguntaba cómo había hecho para salvarme y por qué los demás no pudieron hacerlo”, admite.
Liliana Patiño también se salvó. La misma noche del trágico 1 de agosto de 2004 dio a luz a Kevin. La excesiva cantidad de monóxido de carbono inhalada por su madre produjo un severo cuadro de daño cerebral irreversible en el bebé. Kevin sobrevivió casi un año siete meses.
EL PRESENTE. Luis Cardozo tiene hoy 39 años. A cinco años de la tragedia que se cobró casi 400 vidas y dejó casi igual número de sobrevivientes con severas secuelas, él no recibió ninguna indemnización. “De parte de los accionistas del supermercado no hubo siquiera un ?¿Cómo estás?’. Nunca se envió a una persona para decirme: ?Sos parte de nuestro personal y vamos a estar responsables de tu recuperación’ ”, lamenta.
Luis llevaba un año tres meses en la carnicería del Ycuá Bolaños, como responsable de embalaje. “Los pocos empleados que sobrevivieron, como yo, se quemaron casi por completo. No quieren saber nada de esto. Yo sigo en la lucha, hace cinco años. Estuve en las buenas y en las malas de la organización”, dice.
Su último reciente empleo fue en otro supermercado, como recepcionista de mercaderías. Sin embargo, el negocio cerró y quedó sin trabajo. “Sobrevivo mediante un almacencito que tenemos en mi casa, en Piquete Cué. Pero en realidad estoy desempleado”, reconoce.
Luis está casado y es padre de dos niñas: Gabriela y Luz Esperanza.
Por ellas y por su esposa Edith se esfuerza cada día pa-ra seguir en pie, y agradecer que hoy pueda contar su historia.
FIRMES EN EL PUESTO
Según Luis Cardozo, los sábados, Juan Pío Paiva hacía su recorrido por el supermercado. “Se creía el presidente de la República ante quien había que encuadrarse”, dice.
Él lo recuerda como muy severo. “Si veía que un chico se equivocaba colocando un paquete de arroz, le echaba”, dice.
Muchas cajeras murieron en sus puestos, obedeciendo directivas como la del cartel.