Además de la misma sangre, la idéntica pasión por la música fluye en las venas de ambos; padre e hijo. Uno es experimentado, un maestro consagrado, referente en el área, mientras que el otro, un explorador y estudioso, que viene dando desde hace algunos años sus primeros pasos en dirección a ese camino.
“Él tiene muy claro a dónde quiere llegar, estoy muy tranquilo porque sé que va a llegar muy lejos”, manifiesta el maestro Luis Szarán, al referir a su hijo Ian, con quien comparte la pasión por la música.
El padre se muestra “sumamente feliz” por el hecho de que su hijo siga el mismo camino, a su manera, y observa que lo está haciendo “con una seriedad realmente asombrosa”, ya que al ser un “devorador de libros desde niño”, en su proceso de formación combina con la música el arte y le agrega un sustento científico matemático, que por momentos lo pone al papá “en aprietos” con sus preguntas y análisis.
“Recuerdo que cuando era niño, mis padres me llevaban al ensayo porque no tenían con quien dejarme. Siempre me dio curiosidad sobre qué hacía mi papá parado moviendo los brazos. Me acuerdo que me explicaba lo que hacía, como un juego”, comenta Ian al referir a sus primeros contactos con la música, la que empezó a estudiar a los 12 años. “Fue allí cuando él tomó mi educación musical. Tuve la fortuna de estudiar con grandes maestros, pero siempre para reforzar lo que aprendí con mi padre”, señala.
Música. La música tampoco pudo faltar en las travesuras de Ian cuando era pequeño. “Cuando tenía 3 o 4 años, entró un día a mi estudio e iba abriendo los CDs y usaba como patines; me fundió más de 200 CDs de música”, recuerda el padre.
Ambos comparten también el gusto por la cocina. “A papá le gusta mucho la oriental y a mí la francesa”, destaca Ian. Durante esos momentos, la música es un condimento especial. “Compartimos recetas, revisamos partituras, todo el tiempo estamos compartiendo; me comparte cosas que descubre y aprendo muchísimo de él, de todo lo que va investigando, en cuanto a los autores, las obras, el repertorio”, detalla el papá.
Pero a pesar de coincidir en el gusto, las diferencias se sienten en el ritmo. “Cuando cocinamos nos peleamos siempre porque él quiere escuchar Mahler, Stravinsky; yo prefiero música light, popular o folclóricas, entonces cronometramos el tiempo de uso del parlante”, añade el maestro.
Lección. Entre las vivencias compartidas con su padre, Ian destaca una ocurrida cuando tenía 15 años. “Estaba nervioso y me dijo ‘tranquilo, cuando estés frente a la orquesta, el mundo será para siempre tuyo’. Desde esa vez nunca tuve miedo a pisar un escenario”, rememora.
Al mirar al pasado y recoger una enseñanza para compartir de padre a hijo, Luis Szarán escoge un consejo recibido de su maestro, José Luis Miranda. “Vas a llegar lejos, vas a ser famoso y mucha gente te va a envidiar, te va a perseguir, te va a querer hacer daño; tenés que tener esa gran fortaleza de saber que eso en la vida hay que superar”, expresa, y añade: “Nunca dejarse llevar por los vapores del éxito”, una tarea que implica “mantenerse coherente con lo que uno es, con la humildad y el trabajo día a día entregando cariño a la gente y a los que trabajan contigo”, concreta el maestro Luis Szarán.
La pasión por la música conduce el profundo vínculo que comparten entre sí el destacado director de orquesta Luis Szarán y su joven hijo Ian Szarán.
La fortuna de tener “un papá como él”
“Tuve la fortuna de tener un papá como él, le debo todo”, manifiesta Ian Szarán al referir a su padre, el maestro Luis Szarán, del que destaca su “infinita sabiduría y bondad”, y con quien aprendió “su forma de encarar las cosas,” como la de gestionar la sicología humana dentro de la orquesta, profesión que comparte con él.
Por su parte, el maestro Szarán recurre constantemente a la palabra “orgullo” para definir lo que provoca en él su hijo, y que, lo hace sentir acompañado, “alguien con quien conversar, más allá de la rutina del trabajo”, comenta.