18 abr. 2024

Los viajeros espaciales del futuro deberán hacer ejercicio muy intenso

Desde hace ya unos años, las agencias espaciales de Estados Unidos y Europa, la NASA y la ESA, respectivamente, tienen puestos los ojos en dos ambiciosos objetivos: volver a la Luna y establecer una lanzadera o estación orbital y viajar a Marte, dos retos que obligarán a los humanos (astronautas o turistas) a pasar largas temporadas en el espacio.

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Desde 1960 la NASA ha seleccionado a 350 personas para entrenarlas como candidatos a astronautas, una cifra que ha ido en aumento debido “al desafío que supone la exploración espacial”.

Foto: metro.pr.

Por eso, conocer los efectos de la ingravidez sobre el organismo tiene una importancia crítica. Y es que, en la Tierra, el esfuerzo del corazón por mantener el flujo sanguíneo y bombear la sangre a todo el organismo y contrarrestar la gravedad, le ayuda a mantener el tamaño y el funcionamiento, pero, en el espacio, donde no hay gravedad, el corazón se encoge.

Durante uno de esos estudios, la NASA mantuvo al astronauta Scott Kelly durante un año entero en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).

Ahora, un nuevo estudio publicado en Circulation (la revista de la Asociación Americana de Cardiología) ha comparado la prueba de resistencia de Kelly con la hazaña de Benoît Lecomte, un nadador de élite que en 2018 cruzó el océano Pacífico a nado para investigar el impacto de la ingravidez a largo plazo en el corazón.

La inmersión en el agua es un excelente modelo de ingravidez, ya que el agua compensa los efectos de la gravedad, especialmente en un nadador en posición prona, una técnica de natación específica utilizada por los nadadores de resistencia de larga distancia.

En su estancia en la ISS, Kelly hizo ejercicio seis días a la semana, de una a dos horas al día, durante sus 340 días en el espacio, del 27 de marzo de 2015 al 1 de marzo de 2016, y utilizó una bicicleta estática, una cinta de correr e hizo ejercicios de resistencia.

Lecomte, por su parte, nadó durante 159 días —del 5 de junio al 11 de noviembre de 2018— y recorrió 1.753 millas, a una media de casi seis horas diarias, pero el esfuerzo no evitó que su corazón se encogiera y se debilitara.

El análisis comparativo reveló que en sus pruebas, tanto Kelly como Lecomte, perdieron masa de sus ventrículos izquierdos (Kelly 0,74 gramos/semana; Lecomte 0,72) y ambos sufrieron un descenso inicial del diámetro diastólico del ventrículo izquierdo de su corazón (el de Kelly bajó de 5,3 a 4,6 cm; el de Lecomte se redujo de 5 a 4,7 cm).

Ni siquiera los periodos más sostenidos de ejercicio de baja intensidad fueron suficientes para contrarrestar los efectos de la ingravidez prolongada.

Este estudio, no obstante, recuerda que se trata de dos hazañas extraordinarias y que para entender cómo responde el cuerpo a circunstancias extremas harán falta más estudios cuyos resultados se puedan extrapolar a la población general (los potenciales turistas espaciales).

En cualquier caso, el estudio corroboró que el corazón es notablemente plástico y responde especialmente a la gravedad o a su ausencia, pero fue una sorpresa ver que “incluso los periodos extremadamente largos de ejercicio de baja intensidad no impiden que el músculo cardiaco se reduzca”, explica Benjamin D. Levine, autor principal del estudio y profesor de medicina interna en la Universidad de Texas.

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