La plenitud del amor, del gozo y de la paz solo la encontraremos en el Cielo. Aquí tenemos un anticipo de la felicidad eterna en la medida en que somos fieles. Ante los obstáculos, las almas que se dejan guiar por el Paráclito producen el fruto de la paciencia, que lleva a soportar con igualdad de ánimo, sin quejas ni lamentos estériles, los sufrimientos físicos y morales que toda vida lleva consigo.
El cristiano debe ver la mano amorosa de Dios, que se sirve de los sufrimientos y dolores para purificar a quienes más quiere y hacerlos santos. Por eso, no pierden la paz ante la enfermedad, la contradicción, los defectos ajenos, las calumnias... y ni siquiera ante los propios fracasos espirituales.
El Espíritu Santo es la linfa vital del amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada. Es el don de Dios por excelencia que a quien lo recibe comunica diversos dones espirituales, explicó Francisco Papa en su catequesis sobre el dones del Espíritu de Dios.
El Espíritu mismo es “el don de Dios” por excelencia (cf. Jn 4,10), es un regalo de Dios y a su vez comunica a quien lo recibe distintos dones espirituales.
La Iglesia identifica siete, un número que indica simbólicamente plenitud, integridad; son aquellos que se aprenden en la preparación para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia del Espíritu Santo”. Los dones del Espíritu Santo son sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Finalmente el Sucesor de Pedro aseveró que el Espíritu Santo hace que el cristiano tenga el gusto y el sabor de Dios y preguntó: ¿tiene mi vida el gusto y el sabor de Dios; el sabor del Evangelio, o es insípida?
(Del libro Hablar con Dios y la http://www.news.va/es/news/ - 2014-04-09)