Por Susana Oviedo
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La falta de respeto a las leyes de tránsito y el consecuente caos en el tráfico tienen varias explicaciones. Una de ellas es la facilidad con que ciertos municipios otorgan el carné de conducir.
El mes pasado, una jovencita tramitaba, entusiasmada, en la Municipalidad de Lambaré su primer registro de conducir. Previo pago en la caja, se dirigió a la inspección médica, donde un profesional de la medicina tenía por todo mobiliario un pequeño escritorio y una silla. Detrás, un cartel con letras de distinto tamaño.
La señorita, que ingresó expectante a esa pequeña oficina, salió con un rostro de desconcierto, que llamó la atención al resto de quienes aguardábamos en la misma dependencia.
Sin más trámite, a continuación pasó a otra piecita, donde un policía de tránsito la invitó a ocupar una silla con pupitre y completar el test de selección múltiple. Suponemos, sobre las reglas elementales de tránsito.
La joven no demoró mucho en ese lugar. Al salir y aguardar que la llamaran para la foto, se sentó en un banco y nos comentó, agitando la cabeza: “Esto no puede ser, es una joda...”. Estaba sorprendidísima por el simulacro en que se convirtió el trámite para el cual se había preparado hasta con cierto nerviosismo, pensando que iba a resultar difícil.
Halló algo muy distinto. Frente al médico, erró en el deletreo de la línea más delgada del cartel que le indicó el doctor, y sobre su sentido auditivo, este ni siquiera le preguntó si escuchaba bien. Tampoco se inmutó cuando ella le dijo que escuchaba más el ruido de afuera que lo que él le estaba diciendo.
Con el policía de tránsito, la cuestión fue aún más sorprendente. Cuando la chica empezó a leer atentamente cada punto de un test sobre reglas de tránsito, antes de escoger la respuesta correcta, el policía le sugirió que simplemente marcara la opción uno del conjunto de respuestas enunciadas bajo cada pregunta.
“No puedo creerlo, sencillamente ¡me puso 10 puntos!”, comentó al salir, más confundida aún.
Particularmente quedé con varias dudas: ¿La chica tiene realmente conocimiento de las reglas de tránsito? ¿Ve y escucha bien? ¿Sabe conducir?
A juzgar por los hechos, estas preguntas no se formulan en la Municipalidad de Lambaré. Total, cuantos más potenciales infractores haya en la calle, más posibilidades de multas existen. La seguridad en el tránsito es otra historia.
Pero lo que realmente da pena es la forma en que descubrió esta muchacha la realidad del ámbito público.
La suya fue una comprobación muy cruda de esa “joda” –así calificó su experiencia– que impera en gran parte de las instituciones estatales.
En circunstancias así, quedan dos caminos: adaptarse al sistema establecido o protestar y denunciarlo.
La primera opción trae como consecuencia esto: una ciudadana más dejará de respetar a la institución pública y se resignará a no obrar con rectitud en su relacionamiento con el Estado.
Con la segunda opción, la protagonista de esta historia real tendría que olvidarse de pretender que en ese Municipio le otorguen el documento que fue a tramitar. Además, deberá asumir que tendrá al acecho a todo el plantel de policías de tránsito, ávidos de aplicarle una multa.
La no utilización del cinturón de seguridad por los automovilistas; o de casco, por los motociclistas. La transgresión a las señales de tránsito, el desconocimiento de la franja peatonal y la falta de respeto al peatón. La alta velocidad y los bruscos giros sin luz de advertencia todos los días nos recuerdan que conducir no es joda. Obtener el registro, sí.