Para empezar, aclaremos un error común. Las startups no son versiones más pequeñas de una empresa, sino una nueva forma de pensar y hacer negocios.
Si tuviéramos que definir una startup, la definición más adecuada es la de una organización temporal en busca de un modelo de negocio y un cliente ideal. Una startup es un experimento con una tasa de fracaso del 90%, que busca principalmente dos cosas: un modelo de negocio y un cliente. La innovación y la disrupción son subproductos de este nuevo método científico.
Entonces, ¿qué hace que las pequeñas y medianas empresas (pymes) o las empresas tradicionales sean tan diferentes de las startups? Normalmente, cuando hablamos de las dos primeras, nos referimos a un negocio con un plan de negocio estructurado, un capital inicial definido y un mercado objetivo específico. Un empresario “tradicional” suele obtener financiación, a través de un préstamo o una inversión, abrir un negocio y luego tener éxito o fracasar según la demanda del mercado.
Una startup, en cambio, lo hace todo al revés. Para esta nueva forma de hacer negocios, un plan de negocio estructurado tiene poca o ninguna utilidad. La mayoría de ellas empiezan sin capital, producto ni clientela definida. Esto puede parecer una locura para quienes están acostumbrados a los negocios “tradicionales”, ¡pero funciona!
Entonces, ¿cómo surgen? Las grandes empresas nacen de grandes problemas, y así es precisamente como nacen las buenas startups. El primer paso de una empresa emergente es la identificación de un problema que aún no tiene solución en el mercado.
Identificar un problema no conduce automáticamente a la creación de un producto. Para construir un negocio de éxito, los emprendedores deben obtener una retroalimentación continua de su público objetivo, y luego crear o ajustar el producto como resultado. Un error común que suele llevar al temible 90% a fracasar es basarse en suposiciones sin comprobar si el problema existe realmente, si la clientela quiere la solución que se ofrece y si hay formas mejores de solucionarlo. Esta es la principal razón por la que las startups fracasan. Las startups no fracasan por falta de financiación o mal marketing, sino porque no tienen un producto por el que alguien esté dispuesto a pagar. Por eso, los fundadores de las startups tienen que salir del edificio para conocer a los clientes y aprender de ellos. Esta es la principal diferencia entre una empresa tradicional y una startup. Esta fase en la vida de una startup se llama “fase de descubrimiento de clientes”. Una vez que la startup termina esta fase, puede afirmar que tiene un producto-mercado-ajuste. El ajuste del producto al mercado se establece mediante el diálogo continuo con los clientes para desarrollar un producto. Es muy difícil pasar de una característica a un producto y luego de un producto a una empresa. En algún punto de esta trayectoria, una startup suele fracasar.
Las startups también se diferencian de las pymes porque los inversores esperan un crecimiento económico no natural que se describe como “hipercrecimiento” en Silicon Valley. Por eso, las startups se aceleran y se incuban. Los inversores añaden dinero para acelerar el crecimiento. Este crecimiento no natural se mide mes a mes o año a año, dependiendo del sector. Si no hay hipercrecimiento, la empresa no está preparada para el capital riesgo. El hipercrecimiento es diferente a la rentabilidad. Porque una startup está en busca de un modelo de negocio y el beneficio de un cliente no es importante. Se vuelve importante una vez que la empresa empieza a escalar. Los inversores buscan pruebas de hipercrecimiento o viralidad.
Por lo general, la financiación llega gradualmente a medida que crecen las necesidades de las startups. Cuando una startup está buscando un producto y una clientela, las necesidades financieras no son tan significativas (podríamos llamar a esto la etapa de “trabajo desde el garaje”). Sin embargo, en las etapas posteriores, cuando se trata de crear algo y experimentar, los emprendedores suelen acudir a inversores en busca de financiación externa.
A diferencia de las empresas tradicionales, las startups son muy versátiles, como se ha visto anteriormente. Tras identificar una idea y crear un producto, los emprendedores deben probar y fracasar varias veces, por lo que trabajar con empresas emergentes es un negocio de alto riesgo. El emprendimiento no es una fórmula mágica, pero el lema “go big or go home” sí resulta útil en el ecosistema de las startups. Las startups ofrecen la oportunidad perfecta para reinventarse, y un emprendedor con una buena idea y un buen producto debe sintonizar con las necesidades del mercado y modificar continuamente la oferta en función de esa información.