Los hombres nos portamos como cerdos malcriados con las mujeres. Pero eso ocurrió durante largo tiempo, hace ya muchos años. Cuanto menos desde dos décadas atrás, nuestras compañeras de planeta y nosotros estamos en pie de igualdad. Mejor: en algunos ámbitos y quehaceres, ellas nos llevan una larga ventaja. En estos tiempos, ellas tienen mayoría en casi todas las universidades. Y las que prefieren las actividades más desafiantes, tienen las puertas abiertas en la Academia Militar y en los Colegios de Policía.
Pueden jugar al fútbol y el boxeo las recibió con alfombra roja. El básquetbol, deporte en el que ellas ganaron dos títulos sudamericanos hace ya algún tiempo, sigue contando con su atractivo concurso. Hay mujeres taxistas y conductoras de ómnibus. Y nadie les dice guasadas tipo “andá a lavar los platos”.
En las funciones en cualquier empresa privada, y también en las estatales, ellas alcanzan con relativa facilidad los cargos más altos. Los grupos compuestos exclusivamente de chicas, suelen frecuentar con naturalidad y seguridad los locales donde la gente se reúne a beber cerveza o cualquier otro trago de su preferencia. La única reacción visible de los varones de esos lugares es una visible muestra de contento. Las mujeres, además de sus otros numerosos valores, adornan los sitios que frecuentan.
Por lo precedente, encuentro un tanto descolocado el afán de algunas feministas de armas tomar en advertir a las mujeres, primero, y a los hombres, después, de los peligros que entrañan las relaciones mixtas. A ellas les dan advertencias y números telefónicos para hacer las denuncias pertinentes de las inevitables agresiones que recibirán de los varones.
No niego que sigue medrando esa subespecie de macho violento que encuentra en el alcohol el acelerador adecuado de su misteriosa furia. Y la expone aporreando a su mujer y a sus hijos con total equidad. Todos reciben su parte. Pero sería justo que se aceptara también que hay casos en los que la mujer es la golpeadora. Los diarios Crónica y Popular muestran ejemplos de este tenor.
La mayoría de las agresiones suelen partir de los hombres. Y en casi todos los casos hay abundante alcohol de por medio. Pero la propaganda oficial en contra de esto y los consejos de las asesoras feministas dan la impresión de que todos los hombres somos partidarios de los abusos físicos de algunos hombres bestiales contra las mujeres. Y pocas cosas hay tan erradas como esta convicción. En lo que a mí concierne, tipo que garrotea a su mujer y a sus niños, con el agravante de hacerlo borracho, debe ser castigado rigurosamente. Cualquier método vale: latigazos, cárcel, calabozos de comisarías, etcétera.
Para los casos trágicos, que involucran la muerte de la mujer, siempre he votado por la pena de muerte para el autor, sacando con esa idea patente de fascista criminal, en las calificaciones más benévolas. El caso es que debemos dejar bien en claro que los agresores de mujeres no cuentan con el respaldo de todos los congéneres. Si a alguien hay que culpar, en un 70%, culpemos a Wolfang Schöne, el padre del Código Penal más suave y medio en joda del mundo entero.