P. Víctor Urrestarazu
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“Por aquellos días, María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”
Lucas 1, 39-45
Resulta muy oportuno para la víspera de la Navidad este pasaje del Evangelio que la Iglesia pone a nuestra consideración. Se trata del episodio de la Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel. Hace pocos días, el Papa nos animaba a prepararnos para la Navidad imitando a María y José, procurando poner el amor y el cuidado en los detalles materiales y espirituales que ellos pondrían en espera de la llegada del Niño Dios.
María, al conocer por la revelación del ángel la necesidad en que se hallaba su prima, se apresura a prestarle ayuda movida por la caridad. La Virgen no se detiene a pensar en las dificultades, que sin duda no serían pocas, y se pone en marcha a través de los incómodos caminos de Palestina para ayudar a quien le necesita. Este hecho tiene una clara enseñanza para los cristianos: hemos de aprender de Ella a pensar en los demás y no sólo en nosotros y en nuestros problemas personales. Es el momento de recordar a aquellos que por la razón que sea pasarán estos días con más dificultades: enfermos, pobres, abandonados, olvidados por los demás. No nos pueden resultar indiferentes, pidámosle a Dios que nos abra los ojos para descubrir a nuestros hermanos que sufren y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades.
Isabel bendice a María con las mismas palabras usadas por el arcángel y nosotros al rezar el Avemaría repetimos estas salutaciones divinas con las cuales nos alegramos con la Virgen de su excelsa dignidad de Madre de Dios, bendecimos al Señor y le damos gracias por habernos dado a Jesucristo por medio de María.
Finalmente, Isabel alaba la fe de María y lo hace con justa razón, ya que Nuestra Madre es el instrumento escogido por Dios para llevar a cabo la Redención. Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la Salvación se manifiesta desde la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. Agradezcamos a Dios el regalo que nos ha dado con el Nacimiento de su Hijo para cuya conmemoración faltan ya pocas horas.