Son los “sensores biomiméticos”, unos dispositivos que se pueden situar en el cerebro, bajo la piel o ingerirse para explorar tejidos y órganos de una forma continua y mínimamente invasiva.
Para conocer los últimos avances en esta materia y los retos para los próximos años, la Fundación Ramón Areces reunió en Madrid a varios investigadores que lideran proyectos relacionados con el desarrollo de esos sensores, que están permitiendo un mejor conocimiento y tratamiento de enfermedades como la epilepsia, el alzhéimer o numerosos trastornos digestivos.
NUEVAS POSIBILIDADES. Estos dispositivos abren una nueva ventana para profundizar en el conocimiento del cuerpo y la mente, subrayan los experto, y recuerdan que la integración de la biomedicina y la bioingeniería ya revolucionó el tratamiento de numerosas enfermedades (el marcapasos para regular el ritmo cardíaco o el implante coclear para recuperar la audición).
George Malliaras es profesor de Tecnología en la División de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Cambridge, donde trabajan con sensores de interacción cerebral que recogen señales de las neuronas sin necesidad de implantar dispositivos intracerebrales, un sistema que se está utilizando ya para mapear el cerebro de los pacientes epilépticos con resultados muy esperanzadores.
“Los sistemas electrónicos y los biológicos hablan lenguajes diferentes; necesitamos que se entiendan”, señala el profesor, quien habla de la posibilidad de tratar enfermedades nerviosas que en la actualidad no son abordables.
RETO. El reto del consorcio en el que trabaja es fabricar aparatos electrónicos capaces de cambiar de forma para ser implantados a través de pequeñas incisiones en la médula espinal o en el cerebro con un procedimiento mínimamente invasivo y desde ahí desplegarse y cubrir un área mayor o directamente el foco de una dolencia.
La directora ejecutiva de Neuroelectrics, Ana Maiques, presentó los últimos dispositivos diseñados por esta compañía en el campo de la estimulación craneal no invasiva, algo que se está utilizando como terapia cerebral personalizada y para el diagnóstico de algunas enfermedades neuronales.
MASIVO. Pero el reto, apunta Maiques, es superar la fase experimental y clínica y conseguir que esta tecnología se utilice de forma masiva para tratar enfermedades como la epilepsia, el alzhéimer o el deterioro cognitivo.
Marc Guell, miembro del departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y su equipo consiguieron modificar genéticamente las bacterias del “microbioma” (el conjunto de genes de los microorganismos del cuerpo humano) para detectar cambios en el tejido cutáneo.
Su equipo trabaja ahora en desarrollar sensores bacterianos que sean muy precisos en la detección de cualquier cambio y muy sensibles también para poder detectar las más mínimas variaciones, y conseguir que esos dispositivos no alteren el ambiente natural de la piel.
Los dispositivos que se pueden colocar en el cerebro, implantarse bajo la piel o ingerirse en cápsulas ayudan en la lucha contra la epilepsia, el alzhéimer y numerosos trastornos digestivos.
Usos y desafíos
Rabia Tugce profesora en el departamento de Ingeniería Eléctrica e Informática de la Universidad de Boston asegura que los sensores “microbioelectrónicos” ingeribles son útiles para el seguimiento y el diagnóstico de numerosas enfermedades digestivas. Conseguir una miniaturización aún mayor de esas cápsulas y que tengan una autonomía aún mayor (en la actualidad pueden vivir poco más de un mes), es el reto de esta científica, que apunta que en un futuro no lejano este tipo de dispositivos podrían sustituir pruebas clínicas (gastroscopia, endoscopia o colonoscopia) muy generalizadas en la actualidad para el diagnóstico de enfermedades; “ese es el objetivo”, destaca.