Hoy meditamos el Evangelio según San Lucas 6, 12-19.
Se lee en el Santo Evangelio, que Cristo salió al monte a orar, y pasó toda la noche en oración. Al día siguiente, eligió a los Doce Apóstoles. Es la oración de Cristo por la Iglesia incipiente.
El maestro nos enseñó con su ejemplo la necesidad de hacer oración. Repitió una y otra vez que es necesario orar y no desfallecer. Cuando también nosotros nos recogemos para orar nos acercamos sedientos a la fuente de las aguas vivas. Allí encontramos la paz y las fuerzas necesarias para seguir con alegría y optimismo en este caminar de la vida.
Santa Teresa se hace eco de las palabras de un “gran letrado”, para quien “las almas que no tienen oración son como un cuerpo con ‘perlesía’ o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar”.
La oración es necesaria para querer más y más al Señor, para no separarnos jamás de Él; sin ella el alma cae en la tibieza, pierde la alegría y las fuerzas para hacer el bien.
Solía decir el Santo Cura de Ars que todos los males que muchas veces nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos o lo hacemos mal. Formulemos nosotros el propósito de dirigirnos con amor y confianza a Dios a través de la oración mental, de las oraciones vocales y de esas breves fórmulas, las jaculatorias, y tendremos la alegría de vivir la vida junto a nuestro Padre Dios, que es el único lugar en el que merece la pena ser vivida.
El Espíritu Santo nos enseña a tratar a Jesús en la oración mental y mediante la oración vocal, quizá también con esas oraciones que de pequeños aprendimos de nuestras madres.
El texto de las oraciones vocales, muchas de raigambre bíblica, tanto de la liturgia como otras que fueron compuestas por santos, han servido a innumerables cristianos para alabar, dar gracias y pedir ayuda, desagraviar. Cuando acudimos a estas oraciones estamos viviendo de modo íntimo la Comunión de los Santos, y apoyamos nuestra fe en la fe de la Iglesia. Para rezar mejor y evitar la rutina, nos puede ayudar este consejo: “procura recitarlas con el mismo amor con que habla por primera vez el enamorado..., y como si fuera la última ocasión en que pudieras dirigirte al Señor”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)