El 30 de octubre de 1938, alrededor de las 8.30 de la noche, un boletín noticioso interrumpió el programa de la cadena radial CBS de Estados Unidos para informar que un misterioso cilindro metálico había descendido en Nueva Jersey, cercano a Nueva York. Boletines posteriores, cada vez más alarmantes, relataban que marcianos habían emergido del objeto con fulminantes armas de rayos, que similares eventos estaban ocurriendo en otros lugares del mundo, y que se estaba iniciando una invasión del mundo por marcianos.
Al día siguiente, los diarios publicaron con grandes titulares que había cundido un pánico generalizado, y que ciudadanos aterrorizados habían huido despavoridos de la zona de la supuesta invasión. También aclararon que el responsable del episodio era un joven locutor que estaba interpretando con exagerado entusiasmo y realismo una adaptación radial de la novela de ciencia ficción La Guerra de los Mundos, del autor inglés H.G. Wells. El locutor en cuestión, de 23 años, no era otro que el futuro galardonado actor y director de cine Orson Welles.
No obstante, ante las fantasías de la época sobre supuestas visualizaciones de ovnis y hombrecillos verdes, las fuerzas armadas de las potencias mundiales no dedicaron mayor tiempo ni recursos a prepararse para combatir a eventuales invasores espaciales. Con toda lógica, concentraron sus esfuerzos en pertrecharse para enfrentar peligros más concretos e inminentes como la creciente agresividad del nazismo y el fascismo.
En semanas recientes las tertulias domingueras, las redes sociales y los medios de comunicación paraguayos han sido copados por opiniones suscitadas por la iniciativa del nuevo Gobierno de vigorizar la conscripción militar, y por la natural resistencia de la mayoría de los jóvenes a la idea de sacrificar tiempo de trabajo y estudio para una finalidad poco clara y sin provecho evidente.
La Constitución estipula que la misión de las Fuerzas Armadas es custodiar la integridad territorial; en una interpretación restrictiva, esto puede entenderse como evitar la invasión del territorio por otro Estado. Sin embargo, el riesgo de una acción bélica por alguno de nuestros vecinos contra nuestro país es hoy casi tan remoto como una invasión de los marcianos. Un peligro mucho más concreto e inminente es la pérdida de soberanía dentro de nuestro territorio, donde grupos armados terroristas, narcoproductores, asentamientos radicalizados y mafias diversas establecen feudos y zonas liberadas, donde ya no rige la ley de la República ni intervienen las fuerzas del orden.
Ha sido notoria la incapacidad de las fuerzas militares, con su estructura actual, para combatir estas amenazas a nuestra soberanía, y es urgente una reorientación y recomposición de la fuerza pública, utilizando las mejores tecnologías de inteligencia e intervención. Las heroicas gestas de siglos pasados fueron en siglos pasados. Hoy los desafíos son otros, y requieren recursos humanos profesionales con formación y equipamientos ajustados a estas nuevas realidades.
Los jóvenes tienen razón en considerar fútil una pasantía por los cuarteles, con su reputación de rigores y castigos estériles, en instituciones que carecen de un cometido palpablemente beneficioso para el país. La Constitución establece la obligatoriedad del servicio militar, pero faculta ampliamente a la ley para definir su naturaleza y duración. Mucho más provechoso en la lucha por recuperar la soberanía nacional sobre nuestro territorio será capacitar a los jóvenes, mujeres y varones, con cursos de formación en idiomas, informática, tecnología y otras disciplinas que les permitan ser más útiles a la patria dentro o fuera de la fuerza pública.
Olvidémonos de los marcianos y de la Guerra de los Mundos, y preparémonos para los desafíos de hoy y mañana.