28 mar. 2024

La gran ausente: Mi ética, tu ética, ¿qué ética?

Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py

El periodismo y todas las demás profesiones así como el ejercicio de cualquier cargo se rigen por valores éticos y principios jurídicos. Si así no fuera, sería el caos y cada quien haría lo que quisiera sin atenerse a las consecuencias.

Por eso existen estándares éticos y convenciones reconocidas en cualquier parte del mundo, por encima de las culturas particulares.

Se trata de principios innegociables a la hora de calificar, por ejemplo, qué es un periodismo de calidad y qué no lo es. O qué es un buen abogado o un buen médico o un político respetable o un honrado y cabal magistrado.

De ahí que asusta cuando a alguien a quien se le pregunta sobre el aspecto ético de su conducta en determinado cargo, se limite a responder que cada quien tiene su ética, cuando en realidad la adhesión a la ética es personal. Es decir, el ajustarse a unos valores aceptados como de altísima relevancia a la hora de ejercer un oficio, una profesión o un cargo, por convicción. Valores que ni siquiera hace falta que estén escritos en un código de ética para que cobren vigencia. Tácitamente la gente los acepta y defiende.

Ayer, el colega de radio Monumental Roberto Coronel preguntó al abogado Jorge Bogarín, hasta ayer miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, qué pensaba sobre el pedido que le formularon los demás integrantes de esta entidad para que presente renuncia, por razones éticas y por el bien de la institución.

El abogado, designado recientemente significativamente corrupto por los Estados Unidos, respondió que la ética es personal y que él no consideraba haber faltado a esta porque se ajustó a la Constitución y a las leyes. Más, menos, fue lo que significó. Su posición es la de muchos, desafortunadamente.

Revela en gran medida lo que sucede en la sociedad paraguaya, en la que valores como la honestidad, la responsabilidad, el respeto, la justicia, prácticamente dejaron de estar presentes, salvo en los discursos.

La realidad es que reclamarlos es un acto excepcional, raro, y hasta visto con extrañeza. Por más que el funcionario al que se le señale pertenezca a una institución que juzga la conducta de fiscales y magistrados.

Normalmente, la reacción de aquellos a los que se les señalan actuaciones vacías de valores es la de relativizar y alegar que cada quien tiene su propia ética y que no necesariamente la de uno es coincidente con la que acepta y defiende la mayoría en un grupo, una institución, una comunidad, un país. Dicho de otro modo, es pasar de largo el tema al que no se le atribuye importancia alguna. Muy lejos de verlo como ese esfuerzo por la excelencia personal o profesional, como nos había dicho una vez el maestro periodista colombiano Javier Darío Restrepo, cuando le pedimos que nos ayude a comprender la ética.

Que un joven abogado piense y actúe con esa mentalidad es la prueba más fehaciente del serio problema que afecta a las universidades del país, que no asumen como una imperiosa necesidad el transversalizar la ética a todas las mallas curriculares de cada carrera.

Si ya sabemos que se han trastrocado valores fundamentales en la sociedad, es imperioso afrontar esta situación en todos los frentes: particularmente desde la educación. Aunque esto implique reemplazar a los hombres y mujeres escombros que, normalmente, sobre todo en las facultades de Derecho, llevan una cátedra, no por brillantes e intachables, sino por clientelismo político.

La acelerada carrera del abogado Bogarín, gracias a la militancia política en el hegemónico Partido Colorado, no solo empuja a reflexionar sobre la ausencia de ética, sino nos recuerda que aún queda mucho por luchar para que el país sea dirigido por hombres y mujeres nuevos para reemplazar a los escombros que reclamaba el recordado monseñor Ismael Rolón. Algo que no tiene que ver con la juventud, como nos demuestra el caso Bogarín, sino con los valores y principios de una persona.

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