Este domingo se celebra el Día Nacional de la Familia. Y aunque puede parecer extraño para muchos, el concepto de familia está sujeto en nuestros días a prejuicios de todo tipo; ideas que se dibujan sobre ella y van desvirtuando su esencia natural y dejando de lado su valor objetivo y esencial.
Por ello, en numerosos ámbitos de creación, como los académicos, de investigación sociológica, círculos políticos o de militancia social, urge sacudirse de las construcciones ideológicas que no miran la realidad de este núcleo humano de manera positiva sino que teorizan sobre ella, y terminan negando el punto central de una institución reconocida como fundamento de la sociedad.
La familia es una realidad de mucha utilidad para cualquier nación. Y esto hay que asumirlo desde todas las esferas y de manera trasversal. No se trata de tener una mirada de izquierda o derecha, sino, más bien, de aceptar objetivamente su valor humano y hasta utilitario. Toda sociedad necesita de esos núcleos humanos estables, donde niños y jóvenes pueden ser educados por su padre y madre y ayudados en su crecimiento diario, incluso entre discusiones, enojos y hasta castigos; espacios donde los adultos mayores cercanos pueden ser acogidos, alejados de la soledad y el abandono: lugares en los que se aprende a convivir, reconocer valores como el bien común, la solidaridad, la riqueza de la diferencia, el aprendizaje del trabajo y hasta la autoestima, un factor tan urgente como vital para el desarrollo del Paraguay.
Estudios sociológicos y antropológicos reconocen que ella es garantía de futuro para la sociedad; transmisora del patrimonio cultural y ético, sustento de estabilidad para la economía y herramienta para el desarrollo.
De hecho es una cuestión de mirar nuestro entorno. A la vista están las consecuencias de la falta de ella; un punto de contención y comprensión de límites y virtudes propias y ajenas. Miles de niños, jóvenes y adultos deambulan, víctimas de vicios y grupos criminales, debido a la ausencia de una familia; de padres que con afecto y sacrificio respondan a las necesidades en un ambiente saludable o de relativo equilibrio emocional.
La economía también se beneficia con las familias estables y fortalecidas; pues de ellas saldrán ciudadanos que contribuyan al desarrollo, profesionales de diversas áreas, agricultores y trabajadores de calidad, inversionistas y emprendedores.
No en vano, la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de parte de ella y del Estado. Y el artículo 49 de nuestra Constitución Nacional, en esa misma línea, señala que se debe garantizar su cuidado integral.
Por ello, merece ser objeto de políticas públicas variadas, desde aquellas dirigidas a apoyar a las que se encuentran en situación de exclusión social y necesitan los recursos básicos para salir adelante, pasando por los permisos de maternidad y paternidad (retribuidos y no retribuidos) y subsidios para casos de madres o viudas en situación de riesgo, hasta los programas que buscan la conciliación de la vida familiar y laboral, la instalación de guarderías en los lugares de trabajo o la creación de escuelas de formación para adultos sobre convivencia en el hogar, salud, higiene, emprendedurismo, y otros.
La familia está en crisis dicen los analistas. Y es cierto desde un punto de vista. Son miles los ejemplos de los núcleos disgregados que en muchos casos generan violencia y dolor. Pero, en realidad, el que está en crisis es el hombre contemporáneo, el adulto que la integra y sustenta; es la persona con valores, deseos, aspiraciones y hasta la comprensión de sí misma en pleno deterioro. Y es un círculo, pues será, a la postre, ese lugar del que hablamos en donde podrá sentirse amado así como es, tener claridad de pensamiento, abrazar su propia humanidad y reconocer sus ideales más humanos, para así volver a construir.