Más de un senador opositor ha reconocido que solo Fernando Lugo podía tener el arrojo de decidir, por sí y ante sí, y convertir en senadores a Friedmann y Gusinky, cerrando las puertas a Duarte Frutos y Cartes.
Fue el capítulo final de una cuestión en la que todos enarbolaban argumentos jurídicos discutibles. Lugo llegó a la sesión preparatoria sabiendo que la jueza Novais había concedido solícitamente a Nicanor un amparo que lo obligaba a tomarle juramento. Allí también llegó Nicanor, con la tranquilidad de saber que, si se negaba a hacerlo, sería convocado por el vicepresidente de la Cámara Alta, Cachito Salomón, quien debía asumir temporalmente la presidencia para tomar juramento a Lugo.
Pero su calma se esfumó al verla llegar a Mirta Gusinky. Su mirada de estupor se convirtió en la foto más popular de esa tensa mañana. La serenidad del resto de los colorados se acabó unos minutos más tarde, cuando constataron que Lugo, con impasible tono de obispo, cambiaba el protocolo tradicional de juramento –que, dicho sea de paso, es de medio siglo atrás y muy impreciso– e ignoraba olímpicamente el amparo de la meteórica jueza Novais. Lugo convocó a los 45 senadores, excluyendo a los dos que tenían como destino constitucional inexorable la senaduría vitalicia, y procedió a tomar juramento a todos, sin siquiera mirar al desesperado senador Salomón, quien nada podía hacer para evitarlo.
Fueron minutos cruciales, durante los cuales los más avezados maestros de las maniobras y triquiñuelas parlamentarias se quedaron mudos, sin reacción. Lugo había solucionado el detalle de su juramento cambiando el “juráis” por el “juramos”, él incluido. Un rato después, por si quedara alguna duda de su legitimidad, tanto Friedmann como Gusinky votaron como senadores a los nuevos miembros de la mesa directiva. El rostro de muchos era de velorio.
La verdad es que flotaba una sensación que había ocurrido algo injusto: Nicanor fue incluido en el combo que bloqueaba las pretensiones senatoriales de Cartes. Aunque, pensándolo bien, ambos estaban fulminados desde antes por ese fatídico tiempo verbal: “serán”.
Los hechos ya estaban consumados. Lo que vino después fueron plagueos y amenazas por las redes sociales. Pero estas han perdido fuerza desde que el cartismo desactivó su insoportable ejército de perfiles falsos pagados. Se presentaron exigencias de renuncia, acciones judiciales y pedidos de desafuero contra Lugo. El “ojo por ojo” perderá fuerza y –por obra de los mismos que pretenden vengarse– la ley del autoblindaje hará imposible sacarlo del Senado.
Cartes se estará acostumbrando a la idea de no ser senador. Marito –quien nunca abrió la boca– encontrará la manera de consolar a Nicanor. Y Lugo estará esbozando una sonrisa disimulada. Es que nadie llega a obispo siendo lerdo o torpe.