Miguel H. López
De dilatada trayectoria en el ámbito cultural y artístico –teatro, literatura, investigación, periodismo, etc.–, Antonio V. Pecci, quien estuvo en la lucha contra la dictadura y hoy sigue dando batalla en las mismas trincheras, evalúa estos 30 años de la caída del stronismo (3 de febrero de 1989) y evidencia la alta deuda actual de los gobernantes y la sociedad con el sector.
–Entendiendo que lo cultural es político, a 30 años de la caída de la dictadura, ¿qué cosas cambiaron en el ámbito artístico y cultural?
–Lo más importante es el clima de libertad que se vive para crear o impulsar proyectos. Que tengan respaldo, es otra historia. Ya no existe el corsé de la censura desde esferas oficiales. Que nuestros artistas, escritores y creadores en general puedan residir en el país, es otro hecho importante. Mi camada generacional, que incursiona a fines de los 60 en diversas áreas, no tenía a los grandes creadores cerca. José Asunción Flores y Carlos Lara Bareiro, en música; Roa Bastos, Bareiro Saguier y Gabriel Casaccia, en narrativa; Elvio Romero, Teodoro S. Mongelós y Carlos Martínez Gamba, en poesía. Vivían en el exterior, obligados por la dictadura. Y muchas otras figuras. Flores muere en el exilio, entristecido. Roa, Bareiro y otros pueden cumplir su deseo de terminar sus días junto a su pueblo.
Acaba también la dicotomía que la dictadura impuso como traba, la de una cultura paraguaya del exilio y otra del interior. Todos y todas trabajamos o tenemos la posibilidad de hacerlo en nuestro país.
Creo que no cambió lo que puede decirse el lugar del arte y la cultura en el imaginario de la clase dirigente. Si bien se han dado pasos importantes, como la creación del Fondec, la Secretaría Nacional de Cultura y el Centro Cultural El Cabildo, los programas y presupuestos son muy limitados. Los artistas y gestores culturales ocupan, en consecuencia, lugares secundarios. No tienen un estatus definido, como en otros países. La cultura es vista por los políticos como un adorno. Mirando hacia adentro no tenemos un plan nacional de lectura, que priorice tener bibliotecas, docentes preparados, torneos y concursos, ediciones económicas de literatura paraguaya al alcance de alumnos. ¿Por qué habremos de quejarnos por el alto índice de estudiantes que no tienen lectura comprensiva si no se les ha puesto cerca un libro?
–Crear bajo la dictadura desde espacios alternativos era denunciar, luchar por la democracia. ¿Eso cambió o el sector creador comprometido sigue librando las mismas batallas?
–El escenario cambió desde el 89. En los 90 se dieron grandes avances en el campo cultural y, en general, en el impulso ciudadano hacia la democratización. Se creía que habría un cambio profundo en lo político, lo social y lo económico; en la lucha contra la corrupción, en el proceso y condena de cientos de torturadores y jefes policiales y militares involucrados en violaciones a los derechos humanos. Pero eso no avanzó. En ese contexto desfavorable, sin embargo, desde los sectores culturales se hicieron fuertes apuestas, la más importante de las cuales fueron las políticas públicas impulsadas por la administración Filizzola en la Municipalidad de Asunción, a partir de 1991, que culmina con la creación del Instituto Municipal de Arte (IMA). Así también la creación del Conservatorio Nacional de Música, en el ámbito del Ministerio de Educación y Ciencias. Y, desde el Parlamento, la creación de los Premios Nacionales de Literatura, de Música y de Ciencias. Luego el Fondec. Pero no se avanzó mucho en políticas públicas. Los artistas y escritores necesitan de condiciones materiales adecuadas para desarrollar y exponer su creatividad.
–Las marcas del stronismo, ¿cómo se expresan actualmente en el arte, en la actitud de las personas y en la de los gobernantes?
–La cultura de la corrupción, de la impunidad y de la violencia para resolver problemas es lo que impuso la dictadura. También la partidización de todos los ámbitos públicos, el clientelismo y el prebendarismo. No se ingresa por méritos propios a la función pública, sino a través de padrinos y recomendaciones partidarias. Se elige a dedo. Y eso es una traba importante para gente que ha construido una carrera con mucho esfuerzo como creador o gestor cultural, pero deben apelar a un padrino en el gobierno o subsistir como puedan.
–¿Puede hacerse un paralelismo entre el arte, la cultura y su producción bajo la dictadura y lo que fueron estas tres décadas de transición democrática?
–En dictadura se han producido grandes obras y han surgido grandes artistas, a pesar de ella.
Básicamente porque –como decía Josefina Plá “el artista es un rebelde”– es alguien crítico ante la sociedad de su tiempo. Y propone algo nuevo. Hubo mucha censura y persecuciones, a través de los “comisarios culturales”, como Ezequiel González Alsina y Mario Halley Mora, pero la comunidad cultural tuvo su fuerza. Y el cambio no fue posible detener. Así surgieron artistas y escritores, como Carlos Colombino, René Dávalos, los poetas del Taller Ortiz Guerrero, los grupos de teatro profesional e independiente, músicos del Nuevo Cancionero, como Vocal Dos, Maneco Galeano, Carlos Noguera, Sembrador, Juglares…
En democracia se han facilitado mucho más las condiciones generales, pero el daño causado por el stronismo es muy grande. Son décadas de retraso ideológico, político y cultural, que necesitan de políticas fuertes y de largo plazo que favorezcan el cambio. Entonces, había más compromiso de los creadores con la sociedad y las luchas por la democracia y el buen vivir, o hay alguna diferencia que pueda explicarse.
–El dictador invertía poco en cultura. Hoy, ¿cómo está eso?
–Al dictador no le interesaba la cultura, excepto los festivales del 3 de noviembre en que un grupo de artistas se reunían para cantar canciones dedicadas a él, encabezados por Samuel Aguayo. Dejó un monumento a los próceres de la Patria –donde su estatua fue incluida– en el Cerro Lambaré. Pero no dejó un anfiteatro a orillas de la bahía o un museo en su ciudad natal, ni nada por el estilo.
En democracia ha habido cambios, pero muy pocos, por las limitaciones ya señaladas.
–¿Algún hecho que resuma –en lo artístico y cultural– lo que significan estos 30 años transcurridos?
–La lucha contra la censura directa en el ámbito de la creación artística, como fue el caso de San Fernando, obra teatral de Alcibíades González Delvalle.
Ya no puede repetirse el caso de la censura a películas como El Pueblo, dirigida por Carlos Saguier, que tuvo que bajar de cartelera luego de su estreno o la clausura de la sala de Teatro Cero, de Hugo y Eve Moglia, por presión de los “comisarios culturales”, o el desalojo del grupo La Farándula, que dirigía Edda de los Ríos con Álvaro Ayala, de la sala del Ferrocarril o la persecución con policía incluidos a los artistas del Festival Mandu’arã.
Pero existe la censura indirecta, cuando los organismos oficiales niegan ayudas a proyectos que pueden tener una connotación crítica. Fue el caso del filme El Pueblo, para cuya restauración se precisaba una suma de USD 25.000. Se hizo el pedido hace unos años a una institución oficial y se negó ese apoyo. Igualmente puede suceder a emprendimientos musicales o artísticos de signo crítico, porque el proyecto tenga esa característica o quien lo impulsa adopta posturas cuestionadoras. Se opta por lo más light, con vistas al márketing. Y la cultura profunda de un país no puede o no debe ser impulsada con esos criterios de mercado, porque implican una censura ideológica.
–¿Alguna reflexión última?
–Creo que sería valioso discutir estos temas, hacer un balance del legado de la dictadura, de lo avanzado en estas tres décadas y proponer lo que puede ser la cultura en los próximos veinte o treinta años. Creo que una cuestión central es la defensa de la soberanía cultural, que implica la música, nuestras tradiciones, la lengua guaraní, el legado de nuestras grandes figuras del arte y la cultura, frente al avance de la globalización que no da ningún espacio para las culturas locales, pese a las promesas realizadas. Y que esos signos de identidad cultural se vean expresados en los programas del MEC, de nuestras universidades y de los medios de comunicación públicos como la radio y la tevé.