En cualquiera de los casos, la pesada burocracia paraguaya es el nudo gordiano que debe ser cortado para mantener con vida la democracia.
Para lograrlo tiene que haber una voluntad de hierro que impida que nadie imponga sus intereses personales, familiares ni de clanes en la estructura del Estado. Hay algunas leyes que como todas en nuestro país no se cumplen como aquella del nepotismo. Están los artículos de rango constitucional que hablan de la idoneidad para el ejercicio del cargo que como en el caso del ex director de Migraciones jamás se consultó para su nombramiento. Está la ley de transparencia, pero existe algo más importante y temido: la lapicera de quien nombra a muchos de estos administradores de la burocracia. Si el que la posee no tiene el suficiente carácter ni la capacidad para enfrentar los riesgos que supone designar adecuadamente a alguien por encima de las presiones o compromisos electorales, nada va a cambiar y la burocracia seguirá echando miedo, creando confusión y promoviendo corrupción e impunidad. El Estado paraguayo es el póra que todos temen y ambicionan ser parte, ahora que incluso paga mejor que el sector privado. La lucha por ser parte del mismo se ha convertido en una carrera, donde la audacia y la temeridad se imponen sobre la capacidad y la idoneidad.
Esa máquina de moler carne humana conspira desde adentro contra los buenos y cuando sus administradores apartan a los que hacen bien su tarea, el triunfo del malo encuentra estímulo en un cáncer convertido en metástasis para perjuicio de todos. Lo digo sin temor: el Estado que tenemos no le sirve a nadie y tiene la obligación de ser reformado más allá de las simples expresiones de buena voluntad.
El presidente debe remangarse y con un equipo implacable emprender la más grande de todas las epopeyas: cambiar para bien el inaceptable Estado que tenemos con su burocracia nefasta, prebendaria y sórdida.
Hay que tener capacidad para golpear la mesa y además otras cosas. Debe animarse a ir contra los que se creen dueños y herederos del mismo y tiene que imponerse a su propia familia, amigos de colegios, correligionarios, aportantes de campaña y supuestos experimentados baqueanos. Debe hacerlo no solo para provecho de todos, sino por sobre cualquier otra cuestión: por su propia supervivencia.
Por muchos años en mis tiempos de infancia compartí periodos largos de vacaciones en una compañía remota del Guairá. En ese lugar un antiguo morador fascinante y fascinado nos contaba historias de póra y de pombéro para echarnos a dormir ateridos de miedo. Luego de muchos años volví al lugar y le pregunté si aún merodeaban los póra y el hombre me respondió: “Oguahê rire alumbrado ohopa hikuái” (Desde que llegó la luz se marcharon). Derrotar a la burocracia requiere de transparencia, apertura, claridad, pero, por sobre todo, coraje. Si en ese elemento fundamental en vez de acabar con ella se la fortalece y los malos disfrutan como la moulinex (picadora de carne) acaba con los mejores. Coraje, presidente... por su propio bien y el nuestro.