19 abr. 2024

Kenzaburo Oé y su literatura centrada en el dolor

Milia Gayoso Manzur

La primera vez que escuché hablar de Kenzaburo Oé fue en 1994, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura. Era el segundo escritor japonés, luego de Yasunari Kawabata, en lograrlo. En todos estos años, nunca conseguí un libro impreso, traducido al castellano, para leerlo. Entonces debí bucear en Internet para conocer su obra.

Oé nació en Uchiko, Japón, el 31 de enero de 1935. Falleció el 3 de marzo pasado, por problemas de la vejez, según su agente literario, a los 88 años.

Comenzó a ser reconocido en gran parte por su pensamiento pacifista , que plasmó no solo en su activismo, sino en su literatura. En su libro Cuadernos de Hiroshima, reunió los testimonios de “Los olvidados del 6 de agosto de 1945”: ancianos condenados a la soledad, mujeres desfiguradas, y médicos y enfermeras que lucharon contra los efectos espantosos de la radiación.

Estudió literatura francesa en la Universidad de Tokio y tuvo enorme influencia de autores como Albert Camus y Jean Paul Sartre, formó parte de una generación de escritores profundamente heridos por la Segunda Guerra Mundial. Hiroshima y Nagasaki fueron llagas abiertas para este ciudadano que dejó ver a un escritor magnífico y a un ser humano sensible.

El nacimiento de su hijo Hikari (luz en japonés) con hidrocefalia y autismo, en 1963, supuso para él la caída a un profundo pozo que reflejó en su novela casi autobiográfica Una cuestión personal, del que, sin embargo, salió fortalecido. “Me di cuenta que no podría escribir nunca más sin referirme a mi hijo, y lo convertí en el centro de mi obra”, confesaba en una entrevista publicada en 2005 por el diario La Vanguardia.

De lectura difícil por su densidad, al principio, va dando paso a la transformación del personaje principal, Bird, en alguien más humano que peleará por su hijo. El niño nació con una apariencia tan espantosa, que lo hizo avergonzarse. Era una pesadilla de la que incluso pensó en deshacerse, pero no lo hizo y se convirtió en alguien mejor para cuidarlo.

Esa obra fue la primera de varias en las que tocó los temas más íntimos y personales, dejando ver que el gran tema de su literatura es el dolor. Otros libros muy celebrados son Las aguas han invadido mi alma (o Las aguas de la crecida inundan mi alma), La presa, Arrancad las semillas, fusilad a los niños y Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, entre otros.

Al igual que Bird, Oé no estaba convencido de que una operación ayudaría a mejorar la situación de su hijo. Su esposa sí creía en dicha posibilidad. “El niño no habla, no se comunica, no tiene interés por nada, apenas se mueve. Es una especie de flor preciosa” (en palabras de sus padres recogidas por un documentalista). Por aquel entonces, el escritor viajó a Hiroshima a realizar las entrevistas, y fue al ver el sufrimiento de los sobrevivientes que decidió emplear todo lo que estuviera a su alcance para salvar la vida del pequeño. Y valió la pena.

Sobre Hikari ha dicho que su oído absoluto le permitía componer música. Padre hijo trabajaron durante años en la misma habitación con notas y palabras, rompiendo la incomunicación del chico con la música. También había confesado que el pequeño aprendió a comunicarse escuchando el trino de las aves en un disco que ponía una y otra vez.

Oé le dedicó tiempo y afecto , y pudo ver con alegría que se convirtió en un exitoso compositor de música de cámara que ha vendido miles de discos. Cuando el escritor cumplió 70 años, Hikari compuso para él un tema musical animándolo a continuar escribiendo. Ambos se admiraban y se daban ánimos, mutuamente.

Kenzaburo Oé dejó obras magníficas llenas de humanismo, sin embargo, a mi parecer, su mejor obra fue su hijo, Hikari Oé.

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